Trata con bondad a este siervo tuyo; así viviré y obedeceré tu palabra. Salmo 119:17 NVI
Queridos amigos, el salmista había comprendido que la condicionante para obedecer y vivir era la obra de Dios sobre él.
Sin el poder de Dios obrando nada puede hacer el hombre natural para poder vivir, la vida verdadera sólo Dios la puede dar; y para ello es necesario nacer de nuevo. Nicodemo le preguntó a Jesús si para nacer a vida nueva era necesario volver al vientre de la madre por segunda vez, porque se preguntaba cómo puede un hombre nacer siendo viejo. Jesús le explicó que el Espíritu Santo es quien obra el nuevo nacimiento según su soberana voluntad, y quien no naciere de nuevo no podrá ver el reino de Dios (Juan 3:1-15).
El objetivo final del nuevo nacimiento es la vida eterna en el reino celestial, sin embargo, el nacido de nuevo normalmente se queda durante un buen tiempo viviendo esta vida terrenal, y es en este mundo donde continua rodeado de pecado y sigue siendo su presa.
Consciente de la necesidad de la intervención de Dios el salmista le pide que lo trate con bondad, con misericordia y que lo favorezca con su bendición de gracia, porque de no ser así, sabe que está destinado a ser condenado para muerte por sus pecados.
Es solo por la gracia de Dios que uno puede guardar Su palabra. El esfuerzo humano puede conseguir algunos logros en el cometido de cumplir con la palabra de Dios, pero solo a través de una nueva vida espiritual es posible vivir cada vez más alejado del pecado. La vida física es un hermoso don, pero la vida espiritual es el más bello regalo que nos podemos imaginar.
Una vez recibido el don de gracia, ese regalo inmerecido, ya hemos recibido el premio mayor y ya no necesitamos más beneficios. Al apóstol Pablo Dios le dijo “bástate mi gracia”, es decir que no nos hace falta nada más que su gracia para tener lo que verdaderamente nos hace falta.
No necesitamos nada más, pues con la gracia lo tenemos todo, pero debemos pedirle que nos de la habilidad de ver y entender lo que ya nos ha dado para valorarlo y poder vivir una vida de obediencia guardando la Palabra como siervos de Cristo. Hay que pedirle entendimiento y ser iluminados por la luz de su Espíritu.
Entonces la obra de Dios que hace posible la obediencia es el nuevo nacimiento, también conocido como regeneración espiritual. Pero el nuevo nacimiento no viene solo, el Padre también otorga el don de fe para creer en Jesucristo como Señor y salvador.
Es necesario que el nacido de nuevo reconozca su lugar como siervo de Cristo por haberlo reconocido primero como su Señor y redentor para vida eterna. El amor de Cristo lo llevo a dar su vida por los pecadores que en Él creen. Ese acto de sublime desprendimiento hace que el pecador redimido anhele en amor (recíproco) servir en obediencia a su maravilloso Señor obedeciendo Su palabra.
El nacido de nuevo se convierte en forastero de este mundo (pues es ciudadano del cielo) y se siente como tal, porque contrariamente al hombre natural teme desviarse y perder su camino cristiano por faltar a la Palabra. Todo nacido del Espíritu tiene hambre del alimento de la Palabra de Dios, desea saciar su hambre con el Pan de Vida y anhela beber del Manantial de Vida, porque de otra manera no hay vida.
El nacido de nuevo anhela una vida en santidad, pero el mundo, la carne y el diablo no ayudan para nada. La cultura y la sociedad se ocupan de apoyar a los que no siguen y niegan la Palabra; las pasiones humanas también dificultan la vida en santidad. La oposición no sólo es personal sino también oficial, institucional. Por eso el convertido no debe dejar de orar pidiendo el favor de Dios para no desviarse de su santo objetivo: ser obediente.
Les deseo Un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.