Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. Juan 6:35 RVR1960
Queridos amigos, el hombre natural vive durante su vida terrenal con hambre y sed de muchas cosas, en muchos casos, al no poder saciarlas, toma malas decisiones. En estos tiempos está de moda buscar la solución en la psicología, y la corriente va “in crescendo”.
Hambre por las riquezas, hambre por el reconocimiento, hambre por el poder, hambre por sobresalir, hambre por cumplir los deseos sin importar cuán egoístas puedan ser, hambre por la mujer/hombre del prójimo, hambre por imponer los propios pensamientos, hambre por los placeres, cuánta hambre hay. Y sed de amor, sed de venganza, sed por las pasiones y apasionamientos, sed por la justicia equivocada. En resumen son hambre y sed insaciables de pecado.
Esa hambre y esa sed, que llegan a dominar la vida mental inquietando al máximo el alma, se sacian satisfaciendo las pasiones humanas, tales como el deseo, el miedo, las inseguridades, la tristeza, el amor, el odio, la envidia, las carencias, la ira, estando el esfuerzo por ser felices como meta única y final. Lo único que muchos quieren es una vida tranquila y feliz.
El apetito y la sed son prácticamente insaciables y la gente se muere hambrienta y sedienta, porque en el mundo no hay pan ni agua suficientes, las cosas de la vida no pueden llegar a siquiera atenuar estas necesidades.
Jesús representa la única solución al hambre y la sed, porque Él mitiga todos los apetitos y sacia todas las sedes posibles. Efectivamente Él es el Pan de vida, y el que a Él va, no tendrá hambre jamás. El obra cambiando los corazones para que el hambre sea por Él y por nada ni nadie más.
Para no volver a sufrir de sed, esa sed por las cosas del mundo, es preciso creer en Él, porque el que en Él cree no volverá a tener sed, porque Él es Manantial de vida.
Por ello vemos en los cristianos genuinos, aquellos creyentes verdaderos, un desapego por las cosas materiales y por los afectos del mundo, porque sus apegos e intereses son para Jesucristo. Ellos no volverán a tener hambre, porque su espíritu está satisfecho de verdad, amor y esperanza.
El maná del cielo que alimentó a los israelitas durante cuarenta años fue una pequeña demostración de lo que Dios puede hacer para alimentar las vidas de su pueblo. El Padre envió en Jesús el verdadero pan del cielo, el mejor de sus dones, que no sólo sacia el hambre pasajera, sino que otorga alimento suficiente para vida eterna.
Creer en Jesús es acercarse a Él apartándose de todo lo demás, creer es confiar para saciar la sed. Venir a Él es dejar de tener esas hambres y sedes del mundo. La fe en Jesús es suficiente para no pasar hambre ni sed en la eternidad, ¿no será bastante también en la tierra?
El pan como alimento espiritual es indispensable para sostener la verdadera vida, aquí y en la eternidad, aquella vida completamente alejada de la pasajera vida terrenal. Sin el pan, Jesucristo, se puede esperar una muerte segura, no sólo física sino también espiritual.
La vida es mucho más que el intrascendente pasar por este mundo. El sentido verdadero y eterno de la vida está en la relación con el Dios Padre que se inicia a partir de que se cree en el Hijo. Esa relación de amor, confianza, entrega y obediencia nace en el corazón de cada nuevo convertido.
El mundo puede existir sin Jesús (o eso creen), pero sin Él no puede haber vida verdadera, porque sólo y únicamente a través de su alimento se puede vivir realmente. Él es el Pan de vida, ese alimento esencial e insustituible. Él hambre y la sed de la condición caída del hombre terminan cuando se cree en Cristo Jesús como Señor y salvador.
Cuando se conoce a Jesucristo también se inicia una relación con el Padre por medio de Él. Como consecuencia buena el alma atribulada e inquieta finalmente encuentra sosiego y el corazón famélico sacia su hambre con satisfacción.
Entonces nacen el hambre y la sed de justicia que provienen de Dios, una terrible avidez de justicia en el alma. Quienes tienen hambre y sed de justicia desean vivir una vida justa y santa, anhelan intensamente hacer toda la voluntad de Dios y son bienaventurados (Mateo 5:6).
Les deseo Un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.