Sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguien teme a Dios y hace su voluntad, a este oye. Juan 9:31 LBLA
Queridos amigos, es realmente curioso cómo el hombre natural puede cerrarse en su orgullo para rebatir con soberbia la realidad de Jesús. Su orgulloso hermetismo es tal, que ningún poder del mundo logrará convencerlo (por completo) de lo contrario.
Incluso cuando el hombre natural admite y afirma creer en Cristo, su fe es sólo de índole intelectual. Su mente no regenerada lo lleva a pensar que cree, pero en su corazón no desea de verdad hacer la voluntad de Dios, pues su orgullo consigue que no esté plenamente de acuerdo con las cosas relevantes de la fe de Jesucristo.
Uno de mis seres queridos adverso a mi fe cristiana no se cansa de argumentar, que no está de acuerdo con aquellos que se abrogan el título de cristianos y que creen que pueden diagnosticar la condición de convertido o no en las personas.
Lo que no comprende es que el afán de los convertidos genuinos es encontrar a sus verdaderos hermanos en Cristo para hacer iglesia. De ninguna manera es un acto de soberbia para indicar que se es mejor o superior, pues si de algo se jacta el creyente verdadero es de que nada es y que todo se lo debe a Dios.
Contrariamente a los cristianos genuinos los fariseos, ciegos espirituales, manifestaban su arrogancia religiosa con la absoluta certeza de que ellos, y nadie más que ellos, eran dueños de la verdad y como tales, estaban habilitados para determinar quién era de Dios o del diablo.
Si bien la gente del mundo no se abroga dicha condición farisea, pues incluso en un arranque de humildad llegan a manifestar que no son nadie para juzgar y menos pueden determinar si alguien camina con Dios o no, no dejan de actuar como fariseos sumidos en la más profunda oscuridad.
Muchos creen que los milagros despiertan la fe, sin embargo, en los fariseos el milagro realizado por Jesús sobre un ciego de nacimiento produjo una tenaz resistencia, porque se había realizado incumpliendo la Ley en día de reposo.
Para el reo que estuvo recluido largo tiempo en una celda a oscuras, la luz del sol le representa una agresión física para sus ojos acostumbrados a las tinieblas. De similar manera la Luz de Cristo ilumina el mundo de tinieblas espirituales y causa malestar en sus habitantes, que se oponen a la Luz y por ese hecho son condenados.
Lo triste es que quienes caminan en tinieblas creen que Dios los escucha. Tienen la certeza de poseer una línea directa y gratuita para conectarse con Él. Presumen de que el Padre celestial por ser bueno y amoroso los escucha y se apiada de ellos. Puede ser, pero generalmente no lo es.
En ciertas cosas sólo puedo hablar por mí mismo, pero considero que se puede aplicar a todos los no creyentes. En mi época de ateo llegué a elevar algunas oraciones a Dios, no había sido el ateo recalcitrante que me creía. Pero mientras imploraba por ayuda, en ningún momento pensé en mi orgullo, en lo soberbio y en lo pecador que era y en que debía arrepentirme de mis pecados y en que cambiar mi forma de vida de manera radical era imprescindible para tener contacto directo con Dios.
No tenía ningún temor de Dios. Sabía que era malo hacer ciertas cosas, pero estaba más ligado al ámbito moral, que a los deseos del Creador. ¿Cómo podía pretender que un Dios Santo me oyese, si yo no hacía nada por y para Él?
Entender que el hombre ha sido creado para la gloria de Dios, es desear hacer todo por Él para Su gloria. Los pecadores no redimidos viven para su propia gloria, contraviniendo el deseo de Dios de que sus vidas estén dedicadas a Él.
Entonces no nos sorprendamos que un Dios justo y santo no oiga a los pecadores. No es que no pueda oír, aunque su misericordia puede obrar para que sí oiga el clamor de algún pecador no arrepentido. Pero que hermoso saber que oye a quienes se esfuerzan por hacer su voluntad y anhelan en lo profundo de su corazón vivir para su gloria.
Les deseo Un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.