Y Jesús dijo: Yo vine a este mundo para juicio; para que los que no ven, vean, y para que los que ven se vuelvan ciegos.” Juan 9:39 LBLA
Queridos amigos, el juicio, si bien no fue el propósito principal de la venida de Cristo, es un efecto inevitable e inseparable de su santa justicia. Encontrarse delante de Jesús implica obtener un veredicto sobre la condición del corazón.
En el pasaje referente a este versículo a un ciego le es dada la vista milagrosamente. Los detractores de Jesús llegan al extremo de excomulgar al ex ciego, pero la buena obra se completa con su regeneración espiritual y consecuente salvación, situación que se confirma por el acto de adoración al Señor gracias a su nueva fe.
Una vez más se desata una crisis por la incredulidad de los líderes religiosos judíos. Se demuestra otra vez, que el arrogante orgullo puede ser tan cegador como para no permitir ver y convencer de la realidad de Cristo. La obra de Jesús pudo haber despertado fe en los corazones de los fariseos, pero su efecto fue el de producir una aún más obstinada oposición
Ver y no ver, y no ver y ver es una situación espiritual antitética relacionada a la luz y la oscuridad. Querer negar lo innegable es una señal de total ceguera. Los fariseos hacían todos sus esfuerzos para empañar y negar la obra milagrosa de Jesús. Estos judíos estaban en tinieblas, por lo que el brillo de la luz de Cristo les molestaba y ofendía.
Todo había comenzado con la ceguera física de un hombre del pueblo, pero Jesús conduce la discusión del plano físico al ámbito espiritual. No creer en Jesús significa estar ciego espiritualmente, mientras que los que tienen ojos espirituales para ver son los que creen verdaderamente.
A quienes se conceptualizan como seguidores (estrictos) de Dios, el mencionarles que son ciegos espirituales, les resulta altamente chocante y ofensivo. Pero justamente por dicha ceguera, que equivale a orgullosa obstinación y perseverante necedad, su actitud y conducta se mantienen en una tenaz posición contraria. Presumen ver taaan bien, pero no ven al Hijo de Dios.
Por otro lado, están los que ven. La fe los convierte en receptivos de la verdad y los conduce a reconocerse pecadores, a pesar de haber pensado que no lo eran o, a lo sumo, que pecaron, pero poco. Reconocen que el pecado los tenía enceguecidos en cuanto a la realidad de su vida y en cuanto al conocimiento de la Verdad.
Aquellos que poseen un elevado concepto de sí mismos, haciendo valer su opinión como definitiva, cuyo orgullo los domina, en verdad viven en recalcitrante y pertinaz ignorancia. Están ciegos pero afirman ver. Estos serán refrendados en su ceguera y se mantendrán ignorantes hasta su muerte, si no se arrepienten y convierten.
Jesús vino al mundo para dar vista a los ciegos, pero quienes se mantienen en terco rechazo del evangelio de la gracia, la deuda de su pecado no será pagada, y persistirán ciegos en la vanidad de su pecado, ellos seguirán considerando locura la predicación del evangelio.
Quienes ven encuentran en Jesucristo todo lo amable, admirable y deseable; desean seguirlo fielmente, quieren serle obedientes y anhelan responderle como siervos fieles. Son conscientes de haber caminado sin ver y agradecen a Dios por haberles dado ojos espirituales para ver la verdad, en la cual desean compenetrarse cada vez más a través de un conocimiento más profundo de su Señor.
Les deseo la bendición de gracia.