Pues la codicia sexual es un pecado vergonzoso, un delito que debería ser castigado. Job 31:11 NTV
Queridos amigos, durante la historia de la humanidad las leyes se han ido humanizando, es decir, han tomado más y más tintes de la sabiduría y entendimiento limitados y necios del hombre natural.
Cuando caminaba como impío en los años 80, en un viaje a Chile, me enteré de que el divorcio en dicho país estaba vetado por ley, me pareció una medida estúpida y anticuada, absolutamente fuera de lugar para los tiempos modernos, pues me jactaba de vanguardista porque vivía en Europa.
Mi ignorancia y mi “sabia opinión” me conducían a querer amoldar las normas a mis intereses personales. Estaba pensando en lo engorroso de querer divorciarse y no poder hacerlo, además de la falta de libertad por no poder hacer lo que a uno le diera la gana, máxime que en otros países hace mucho tiempo el divorcio era algo normalmente permitido y consumado.
Es bastante común el “ponerse cuernos”, es decir, engañar (sexualmente) a la pareja. Las uniones no formales entre enamorados y aquellas “algo menos” formales de quienes conviven se llevan adelante como si fueran matrimonios, pues su desarrollo sería imposible sin relaciones sexuales de por medio. Según Dios, solo en el matrimonio formalmente establecido las relaciones sexuales son lícitas.
La búsqueda de la satisfacción de los deseos carnales suele llevar a que las personas sean rebeldes a los designios de Dios e infieles sexualmente. Todo comienza en el pensamiento y entra por los ojos de quienes tienen un corazón engañado por el pecado. Un corazón engañado es tremendamente susceptible de ser contaminado con maldad.
La codicia sexual, también conocida como lujuria, es un deseo desordenado e incontrolado, y va unido a la lascivia, que es ese apetito excesivo de placeres sexuales. La lujuria tiene como enfoque agradarse a uno mismo satisfaciendo los propios deseos, y prácticamente siempre está ligada a acciones y consecuencias perjudiciales.
La lujuria es un pecado especialmente vergonzoso, sin embargo, para el mundo es algo normal. Para los hombres mirar a las mujeres como objeto sexual es moneda corriente, además ellas aportan exponiéndose con su manera de vestir o de mostrarse. El argumento de ellas es que pueden vestirse como les dé la gana, y que deber de los varones es dominar sus instintos y ser respetuosos.
Lo penoso para los varones del mundo es que cualquiera que mira a una mujer y la codicia, ya ha cometido adulterio con ella en el corazón (Mateo 5; 28). Una premisa terrible, pues de “no haber hecho nada” ya tiene deuda ante el tribunal. Pero, así es la ley de Dios, en este caso contraria a la ley del hombre.
Dios quiere que el hombre viva una vida santa. Él dice sean santos porque yo soy santo (1 Pedro 1:16). El objetivo debe ser parecerse a Jesucristo cada vez más, pero dicho objetivo es válido solo para aquellos que han depositado su fe y vida en las manos de Cristo Jesús.
La lujuria se encuentra en franca oposición al pensamiento cristiano de despojarse de la forma de vida pasada, un ideal para conformar los pensamientos y acciones a los estándares de Cristo descritos en la Biblia.
Los apetitos carnales nacen en la mente, pero también se detonan a través de los ojos. La lámpara del cuerpo es el ojo; así que si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas (Mateo 6:22-23). ¿Cómo quedamos si usamos nuestros ojos para lo equivocado?
Y si tu ojo te hace pecar, sácatelo y tíralo. Es preferible entrar en la vida eterna con un solo ojo que tener los dos ojos y ser arrojado al fuego del infierno (Mateo 18:9). Porque no somos llamados a inmundicia, sino a santificación (1 Tesalonicenses 4:7).
Es menester controlar a la lujuria y no permitir que tome posesión de la mente y del corazón. La lucha inicia con la confesión del pecado a Dios, pidiéndole su intervención y ayuda en oración.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.