Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces? Daniel 4:35 RVR1960
Queridos amigos, suena muy contradictorio que los habitantes de la tierra son considerados como nada, cuando como criaturas de Dios han de enseñorearse de los animales de la tierra.
Dios pone al hombre en una condición de supremacía sobre las otras criaturas por su soberana voluntad. En el libro del Génesis Dios le da al hombre la potestad de sojuzgar y señorear, una condición que es mucho más que nada.
Esto se dio antes de que Adán pecase y fuese expulsado del jardín del Edén gracias a su transgresión. Es decir que fue dado por Dios al hombre sin pecado, sin embargo, Dios en su bondad permitió que el hombre natural, a pesar de su condición caída, pudiese seguir señoreando.
Dios en su soberanía, bondad y misericordia admite la rebeldía y resistencia del hombre natural, que se cree todo siendo nada a los ojos del Todopoderoso por su condición de esclavitud del pecado.
Al hombre natural le encanta ser honrado y vive buscando la oportunidad de que se le exalte como lo más especial de la creación. Cree en su capacidad de hacer grandes cosas y en el poder de su inteligencia, sin ponerse a reflexionar de dónde viene todo, pues no tiene ojos para ver ni oídos para oír.
El hombre perdió toda dignidad ante Dios apenas cayó en pecado, pues dejó de honrar a su Creador. Ante la total ausencia de dignidad ante Dios el hombre es nada para sus ojos. Pero la gracia lo cambia todo. A través del regalo inmerecido de gracia el hombre puede volver a la honra de Dios, quien también le restituye su dignidad.
El arrepentimiento y la confesión de pecado son imprescindibles para revertir la horrible condición de ser nada para Dios. No hay quien se le pueda enfrentar para preguntarle qué hace, pues su gracia podría ser vista en contra de su justicia. Pero Él hace su voluntad dónde quiere, con quién quiere y cuándo quiere, no hay quién pueda detener la perfección de su mano y de sus obras.
A través de la conversión el hombre natural es llevado a la condición espiritual del nacido de nuevo. Dicha transformación radical conduce a que el hombre empiece a honrar a Dios, entonces recién puede empezar a esperar por la honra perdida de Dios, nunca antes de ello.
Nacer de nuevo no solo implica arrepentimiento de pecados porque se llegó a creer en Cristo Jesús como Señor y salvador, sino que el anhelo del hombre regenerado en espíritu es el de honrar a Dios, viviendo bajo su temor, reconociendo su absoluta soberanía.
A través del perdón de pecados y la justificación Dios restaura al hombre a su condición inicial de antes de la caída, devolviéndole su dignidad perdida y sumándole la promesa de vida eterna como hijo de Dios y coheredero del reino.
Solo quienes honran con obediencia a Dios no son vistos como nada por Él. Afirmar algo diferente es meterse en las arenas movedizas de la perdición, porque sería fomentar el engaño.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.