En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. 1 Juan 4:10 RVR1960
Queridos amigos, la ley de Dios es el amor. Cuando para tentarle preguntaron al Señor Jesucristo cual era el gran mandamiento en la ley, Él respondió: amar a Dios y después amar al prójimo.
Amar a Dios con todo el corazón, alma, mente y fuerzas, y amar al prójimo como a ti mismo (Mateo 22:36) en eso se resume la ley.
Dos exigencias legales tremendamente difíciles de cumplir para la condición caída del hombre, veamos entonces cómo es posible llegar a cumplirlas.
El amor viene de Dios, es decir que tiene su origen en Dios (1 Juan 4:7) y el amor humano es una débil consecuencia de ese infinito amor.
Es posible describir el amor humano como un tenue reflejo del amor de Dios. El mismo amor que se origina en Dios, también lleva a Dios. Sólo conociendo a Dios podemos aprender a amar verdaderamente. Cuánto más cerca estamos de Dios más absorbemos de Su amor y, por tanto, más amamos.
La mayor muestra de amor en la historia de la humanidad es ese amor gratuito y desinteresado de Dios, demostrado a través de su Hijo Jesucristo. Es un amor sin reservas, que lo da todo. Qué amor inmensamente grande el que Dios regala a los hombres, al extremo de estar dispuesto a dar en sacrificio a Su único Hijo. La muerte sacrificial de Cristo en la cruz no puede ni podrá ser superada jamás por acción alguna.
A pesar de semejante demostración de amor el hombre natural se mantiene desobediente, sin darse cuenta de lo muchísimo que tiene por agradecer. Lo sorprendente es que Dios ame a criaturas pecadoras como nosotros, que poco o nada tienen para ser amadas, especialmente visto desde la perspectiva de la santidad de Dios.
El amor de Dios es un amor totalmente inmerecido para salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10). Dios nos amó primero, Él envió a su Unigénito para dar solución perfecta y definitiva al mayor problema de la humanidad, para nuestra redención del pecado y consiguiente salvación.
Por amor también envió al Espíritu a morar en los cuerpos de quienes creen en Jesucristo como su Señor y salvador, y esto no es a causa de nuestro amor, sino más bien para enseñarnos a amar en la dimensión del amor de Dios. El Espíritu Santo capacita a los hijos de Dios día tras día para desarrollar su amor.
El efecto del amor de Dios se observa cuando el individuo ha sufrido genuino arrepentimiento, demostrando un cambio radical de vida, odiando el pecado y esforzándose por vivir en obediencia.
Para estas personas el mundo deja de ser atractivo, porque sus encantos se desvanecen como por obra de magia, se ven los buenos resultados de la obra santificadora de Dios sobre ellos.
Si observamos amor en estas almas podemos estar seguros que viene de un único origen, la fuente de amor puro y divino de Dios. Él ama a quienes no son amados para conseguir que amen, perfeccionando Su unión con ellos, a través de la buena obra que en ellos comenzó (Filipenses 1:6).
La propiciación por nuestros pecados se relaciona con la misericordia de Dios, y describe a Cristo Jesús aplacando la ira de Dios a través de su sacrificio en la cruz del calvario, además de ser un acto expiatorio por el pecado del hombre, se trata de una muerte sustituta a favor de muchos.
Dios nos amó primero, en amor envió a su Hijo a morir en la cruz, nos bendice con misericordia y gracia, nos da de su Espíritu para capacitarnos en Su amor, por lo visto toda la gloria se la lleva Él, pues nosotros nada hacemos para nuestra conversión y salvación.
Deseo que el amor de Dios fluya en ustedes y que puedan amar al prójimo y a sus hermanos.