Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra.” Tito 1:16 RVR1960
Queridos amigos, las obras dan testimonio de la fe, las buenas obras dan testimonio de la fe verdadera.
Los falsos maestros representaban un serio problema espiritual en los tiempos de Pablo, y al parecer en nuestros tiempos el problema se ha multiplicado, porque los falsos maestros pululan por doquier.
El falso maestro sirve a sus intereses mundanos so pretexto de la religión. Busca encumbrarse como líder espiritual, pero el amor al dinero es el motor que más lo mueve, y esa es la raíz de todos los males, porque por su codicia se extravía de la fe (1 Timoteo 6:10).
El versículo, además de aplicarse al contexto de los falsos maestros, se puede aplicar a muchas personas que afirman conocer a Dios, pero pareciera que no lo conocen, especialmente por el reflejo de sus obras, es decir, por su forma de actuar, de hablar, de pensar. No podemos saber a ciencia cierta si dicen la verdad, porque muy probablemente ni ellas mismas la conocen, pero mirando en sus vidas podremos observar su orden de valores y, si estos están alineados a las prioridades del Reino.
Solo a través del nuevo nacimiento espiritual se puede proclamar conocer y seguir a Dios. Sin la obra de regeneración espiritual obrada por el Espíritu Santo el hombre natural no puede afirmar en verdad ser seguidor de Cristo. Si un no nacido de nuevo profesa fe en Dios, su fe es meramente intelectual, en su propia fuerza.
Es probable que tenga las mejores intenciones moralmente hablando, pero eso no lo llevará muy lejos, si Dios no se manifiesta en su vida. Nadie puede ir a Cristo si no lo trae el Padre (Juan 6:44). Sería interesante verificar cuántos de quienes afirman estar con Dios, no son como el joven rico (Mateo 16:30) y están dispuestos a dejarlo todo para seguir a Cristo.
Esa, sin duda, es una prueba muy dura. Pero ni Pedro, ni Juan, ni Pablo dejaron de seguir a Jesús a pesar del “sacrificio” que implicaba ir tras él, eso se debe a que el poder de Dios obró sobre ellos, su gracia es irresistible.
La vara que pone Jesús a sus seguidores es muy alta y sin su poder de por medio, sería imposible para el hombre cumplir con su exigencia. La imposibilidad se da gracias a su condición caída; el pecado profundamente arraigado en su corazón hace que no haya nadie que busque a Dios de verdad, el pecado anula el entendimiento (Romanos 3:11).
Las personas pecadoras se encuentran en un estado de impureza. Puede que lean la Biblia y profesen conocer a Dios intelectualmente, pero su estilo de vida suele estar lejos de los parámetros exigidos por el Todopoderoso.
Hablar en doble sentido, contar chistes lascivos o de escarnio, hacer cierto tipo de insinuaciones, hablar malas palabras, fumar, beber alcohol en exceso, entre otras varias cosas son señales de la ausencia de Dios en su vida. Peor aún cuando la persona no obedece la voluntad de Dios en aspectos de la Palabra que le parecen exagerados. Se puede afirmar que su forma de ser y actuar niega y rechaza a Dios.
Pero, si somos de Dios en verdad, hemos de tener mucho cuidado de que lo expresado no se aplique a nuestras vidas. Antes de acusar a nadie, veamos antes la viga en el propio ojo. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él (Juan 2:4).
Les deseo Un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.