“Y después de mirarlos a todos a su alrededor, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y él lo hizo así, y su mano quedó sana.” Lucas 6:10 LBLA
Queridos amigos, un amigo me contó que un conocido cura que había ido a dar los santos óleos a una persona agonizante, se había comportado rudamente con un pariente por haberlo interrumpido en el acto de dar el sacramento católico. En vez de actuar como se esperaba de un religioso, reaccionó de mala manera, dejando una huella en mi amigo, que hasta ahora, pasados muchos años, no la puede borrar por su falta de perdón.
Sería de suponer, que las personas religiosas, que dedican su vida a un Dios bueno, se deben abocar a buscar y hacer el bien, pero no siempre es así, pues gracias a las diferentes motivaciones en su corazón están movidas a actuar de manera contraria a la que se espera de ellos.
Este era el caso de los fariseos y escribas, quienes estaban dominados por el legalismo de su religión. Tenían una muy rígida actitud sobre cómo se debían comportar los sábados, porque habían establecido un detalle de todo lo que no se podía hacer en dicho día.
Se trataba de una ley de origen humano, cuyo quebrantamiento tenía como consecuencia la pena de muerte, más allá de escandalizar a quienes supuestamente la guardaban. Se supone que hacer algo malo debe ser evitado y que no hay que incitar a nadie a hacer lo malo para no convertirse en piedra de tropiezo. Los líderes religiosos buscaban la muerte de Jesús.
Pero la maldad, reflejada en orgullo, odio y mentira, estaba arraigada en los corazones de estos hombres, que supuestamente seguían a Dios y se consideraban sus representantes. Es posible que ellos mismos hayan llevado al hombre del brazo seco a la sinagoga para “hacerle pisar el palito” a Jesús y tener un motivo para condenarlo.
Sabemos que ninguna de las acciones de Jesús fue contraria al Dios Padre. En ese sentido podemos confiar en que hacer el bien en cualquier situación y tiempo siempre es bueno. Por lo tanto, curar a un enfermo en sábado era lícito, por más trabajo que representara.
Oponerse a los gobernantes es siempre riesgoso, incluso cuando se tiene a la verdad como bandera. Jesús no dudó en oponerse a las proscripciones rituales de los fariseos. Según ellos se trataba de un gravísimo agravio a la ley. Estaban más preocupados de cuidar sus preceptos rituales que las cosas del Dios que supuestamente adoraban.
Esto sucede cuando Dios no está presente con su Espíritu en las vidas de las personas, por más religiosas que sean. Por eso era imposible que los pensamientos de Dios se hicieran visibles a ellos entre el amasijo de normas y reglas con los que estos religiosos los habían cubierto. No tenían ojos para ver la verdad, solo veían su propia verdad reflejada en un dios creado por ellos.
Los enemigos de Jesús estaban horrorizados y furiosos. Su celo por la ley y el odio hacia Jesús los dominaba, conduciéndolos a querer vengarse de Él con la muerte. Contrariamente a la ley de Dios anhelaban la muerte de su supuesto agraviador y opositor. Qué gran ironía, los que afirmaban cumplir la ley a rajatabla, estaban dispuestos a incumplirla sin pensarla dos veces.
Cuando el enemigo se siente descubierto, suele reaccionar sin medir las consecuencias. Jesús les leía los corazones y pensamientos, y conocía sus intenciones y pecados, además de no tomar en serio sus leyes humanas. Todo esto incitaba aún más su agresividad y sed de venganza.
A pesar de todo Jesús no dudó en sanar la mano del enfermo; sabía que su curación sería usada en su contra. Ningún opositor pudo amedrentarlo tanto como para conseguir alejarlo siquiera un poco de su misión. Solo cuando llegó la hora prevista por Dios, recién pudo ser aprehendido para cumplir con el propósito central de su venida.
Mientras tanto, por más poder y odio que tuvieran las autoridades nadie le pudo tocar un pelo. Así funcionan las cosas cuando Dios está de por medio. Confiemos en Él para cuando haya que hacer el bien, pero exista oposición. No nos amedrentemos ante los que ponen su lealtad a disposición de cualquier cosa y no ante Dios. Habrá muchos que se opongan a la bondad del Evangelio, obremos con la misma seguridad de Jesús.
No hay que temer a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma. Más bien, temamos a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno (Mateo 10:28). Siendo astutos como serpientes y sencillos como palomas (Mateo 10:16) no dudemos en desafiar a la oposición, esgrimiendo la bandera de nuestra fe.
Les deseo Un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.