Pero esto no lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era sumo sacerdote ese año, profetizó que Jesús moriría por la nación judía, y no solo por esa nación, sino también por los hijos de Dios que estaban dispersos, para congregarlos y unificarlos. Juan 11:51-52 NVI
Queridos amigos, Jesús estaba poniendo en riesgo el statu quo; las autoridades judías estaban muy preocupadas, pues temían perder sus privilegios ante las autoridades romanas. Y el milagro realizado en Betania con Lázaro resucitado fue el detonador para que se reuniera el sanedrín, compuesto por fariseos y saduceos, en gran concejo.
Estos líderes religiosos en su obtuso concepto no querían permitir, que Jesús “siguiese actuando así”, pues el pueblo acabaría por seguirlo, algo absolutamente inconveniente para sus ciegos ojos y para sus ambiciosos y egoístas corazones. Su preocupación no orbitaba alrededor de la realidad de los milagros sino en torno a que todos, exceptuando ellos mismos, empezarían a creer en Jesús. Las consideraciones políticas eran las que dominaban, como si Jesucristo hubiera sido el líder del partido político opositor a ellos y a los Romanos.
Supuestos hombres de Dios reunidos para tramar en contra de Dios, un ejemplo histórico de la locura en el corazón del hombre natural y de la animadversión en su mismo corazón contra Dios. Su ignorancia los llevó a seguir a Caifás, el sumo sacerdote ese año, quien opinaba, que si Jesús se mantenía en esa “línea política”, ganaría tal influencia sobre el pueblo como para lograr conseguir suficientes adeptos con el fin de generar una revuelta contra Roma.
Dicha proyección se mostraba dramática, porque generaría tal derramamiento de sangre, que la nación judía podría perecer en su totalidad, en realidad era una exageración para referirse a que la administración judía en su posición de autoridad podría caer en desgracia. De ahí que Caifás tuvo la brillante idea de proponer arreglar la muerte de Jesús. Idea que fue ampliamente aceptada como consejo prudente.
El plan de Dios era que su Hijo muriera para la salvación de muchos, y el sumo sacerdote había declarado que era mejor que muriese un sólo hombre en vez de la nación entera. Sin saberlo tenía toda la razón desde una perspectiva inimaginable para él, pues un hombre moriría en muerte sustituta por el hombre, algo fundamental dentro de la doctrina cristiana de expiación.
Las implicaciones espirituales trascendían más allá de la limitada comprensión de Caifás, pues él no tenía ojos para ver ni oídos para escuchar, a pesar de ser el sumo sacerdote. Lo único claro era su manifiesta enemistad con Dios y su ambición por mantener su posición privilegiada, manteniendo sus riquezas, sus comodidades, su poder y su autoridad.
Caifás en su despectiva ignorancia había hablado palabras proféticas, aportando al cumplimiento del plan de Dios, lo cual de ningún modo representaba una señal de gracia en el corazón del sumo sacerdote judío.
El pecador, al no tener perspectiva, ve hasta donde su corta vista le permite ver y por su condición pecadora suele escoger la dirección más eficaz para llegar a la destrucción. Oponiéndose al reino de Cristo, camina promoviendo sus intereses mundanos sin saber qué se encuentra rumbo del desastre.
Es triste, pero lo que el pecador teme, le sobrevendrá de una u otra forma. Caifás deseaba mantener la estabilidad por motivos egoístas, lo logró por un tiempo, pero sabemos por la historia, que Jerusalén fue destruida en el año 70 DC por los Romanos, tal cual había sido profetizado. Todo comenzó con una revuelta, como Caifás había temido, que fue sofocada con mano demasiado firme y muy cruel, los Romanos llegaron a pasar simbólicamente el arado por el lugar donde se había encontrado el templo.
El juicio ejercido por el sanedrín no se sustentaba en principios éticos de Dios, pues si así hubiera sido no habrían tenido necesidad de reunirse, pero lo que buscaban era defender sus propios intereses, algo sumamente parecido al actuar de los políticos modernos. Supuestas personas de Dios que anteponen la satisfacción de sus necesidades egoístas a la voluntad de Dios.
Cuán diferente habría sido la situación de los judíos si hubieran aceptado a Jesús, cuán diferentes serían las cosas si el mundo siguiera a Cristo, pero no fue así, ni es así, ni será así por la dureza del corazón no arrepentido del hombre natural.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.