El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí,. Mateo 10:37-38
Queridos amigos, es común oír que la familia es lo más importante, que cualquiera te puede abandonar, pero tu familia no.
En la mayor parte de los casos eso es cierto, por otro lado es difícil renunciar a la familia cuando se presenta una gran oportunidad de desarrollo condicionada a estar alejado de ella.
El amor que se suele profesar por la familia conlleva no querer hacerles sufrir, menos hacerles daño.
Por otra parte es bastante común ver que una madre o un padre prioriza en su orden mental a sus hijos, antes que a su esposo o esposa. El mundo nos enseña que las parejas matrimoniales son intercambiables, los hijos obviamente no.
Nuestro Creador es un Dios de orden, es en ese sentido que ha creado un orden universal preeminente en el cual Él está primero, después vienen padre (marido) y madre (esposa), después los hijos.
Entonces no nos sorprendamos al oír su exigencia de amarle a Él sobre todas las otras personas muy cercanas que amamos.
El compromiso para el discípulo, que Jesús está demandando en este pasaje es altísimo, tanto como para llegar hasta la muerte por Él. En ese sentido no es de sorprenderse que mencione la cruz, el objeto de tortura más temido y despreciado de Su época, incluyendo la imagen de vileza, degradación, crueldad y muerte que tenía ese instrumento de castigo.
La exigencia es máxima para quien quiere seguirle porque tomar la cruz es estar dispuesto a recibir el mismo trato que Él recibió, es estar dispuesto a dejarlo todo por Él, en resumen es la disposición de ofrendar la propia vida a Jesucristo sometiéndose a Él en total sumisión y obediencia, renunciando a uno mismo.
Vemos que tomar la cruz no se trata de cargar algún peso físico, emocional o un sufrimiento en particular.
La elección es prácticamente imposible para el hombre natural, decidir dejar todo lo más íntimo que le une al mundo para otorgar toda su lealtad a Jesucristo.
Es necesario haber nacido de nuevo para tener el anhelo de tomar nuestra cruz y seguir en pos de Él, dejando nuestros lazos terrenales más íntimos en el pasado.
Nuestra entrega a Jesucristo puede alejarnos de nuestros seres queridos, especialmente cuando éstos se convierten en (los peores) enemigos y perseguidores porque no entienden y no están de acuerdo y por tanto ponen trabas, ridiculizando nuestra entrega, tratando de persuadirnos de hacer lo contrario a lo que Dios quiere que hagamos.
Jesús no alienta a ser desamorados con la familia, menos a ser desobedientes con los padres. Tampoco incentiva los enfrentamientos en el hogar.
Manifiesta que quien quiera seguirle se separará del resto porque tendrá una forma de vida radicalmente cambiada, sufrirá un cambio radical de actitud hacia el mundo, sus objetivos, valores, propósitos y motivaciones serán otros, y de forma inevitable generarán animadversión y finalmente separación.
Tengamos a Dios siempre en el primer lugar, sin descuidar a nuestra familia, incluso cuando sintamos que tenemos perseguidores dentro de ella.
Les deseo un día muy bendecido, viviendo en sumisión a nuestro Señor.