Considera lo que digo, y el Señor te dé entendimiento en todo. 2 Timoteo 2:7 RVR1960
Queridos amigos, lo que los padres van repitiendo a sus hijos en términos morales y de buen comportamiento normalmente queda grabado en la mente de los hijos, quienes suelen recordar dichas enseñanzas o recomendaciones recién pasados los años, cuando ya son mayores.
Mientras los bríos de la juventud dominan a los jóvenes inmaduros, éstos poco o nada consideran de lo que sus progenitores quieren inculcarles, oponen resistencia al continuo tener que obedecer y a todo tipo de sujeción, pues la juventud tiene como características la obstinación, rebeldía y desobediencia, así como la búsqueda de identidad e independencia.
Timoteo era un creyente joven, bastante crecido espiritualmente para su joven edad, motivo por el cual tenía la madurez suficiente como para considerar seriamente lo que su mentor espiritual, el apóstol Pablo, tenía para decirle.
Si bien Timoteo debía reflexionar sobre lo que su padre espiritual le transmitía, también tenía que poner su confianza en que el Señor le daría ese toque especial, a fin de lograr tener entendimiento en todo, es decir obtener mayor comprensión sobre la palabra de Dios, que iba aprendiendo a través de las enseñanzas de su maestro; recordemos que en esas épocas todavía no existía la Biblia en su versión completa.
En términos espirituales los impíos adultos actúan como jóvenes inmaduros, porque viven obstinados en sus propios razonamientos, considerándose a sí mismos, juntamente con sus opiniones, como muy importantes, sobrestimando su experiencia y dictando juicios, que según ellos son el “súmmum” de la sabiduría.
Sí acaso muestran una cierta predisposición por leer la Biblia, difícilmente querrán reflexionar sobre su contenido. El llamado a los creyentes es tener misericordia y en amor contarles las buenas noticias del Señor Jesucristo, con el objetivo de que Dios pueda abrir su entendimiento por el poder de la Palabra.
En tanto que el gran afán del cristiano es agradar a Cristo. Por lo cual está llamado a reflexionar profundamente sobre las enseñanzas bíblicas, para luego ponerlas en práctica en su diario vivir con la ayuda y guía del Espíritu Santo. Si bien Jesús habló esto en un contexto diferente, me parece que la expresión es adecuada para nuestro tema: “Haced que os penetren bien en los oídos estas palabras;” (Lucas 9:44).
La meditación en las Escrituras debe llevar al convertido a esforzarse para dominar sus concupiscencias y tentaciones, apuntando a ganar el galardón, como el atleta, haciendo gran práctica en la observancia de la ley de Dios, mortificando su pecado. Como decía el salmista: “Entonces temerán todos los hombres, Y anunciarán la obra de Dios, Y entenderán sus hechos.” (Salmos 64:9)
El creyente debe poner especial cuidado en hacer la voluntad de Dios de la manera correcta, para no dar la menor oportunidad de hablar mal a nadie del bien que hace, no debe ser piedra de tropiezo en ningún caso. Si desea participar de los frutos, debe sembrar y cosechar primero; si desea ganar el premio debe practicar para correr bien la carrera; si anhela ser un buen soldado debe ganar la sana batalla. Es menester hacer la voluntad de Dios con paciencia y dedicación antes de recibir el premio.
Dios habla a través de la Biblia, su Palabra escrita, pero para oírle es necesario estar abierto y receptivo. Mientras se escudriña las Escrituras, es bueno pedirle al Padre celestial en sumisa oración, que nos muestre sus verdades eternas y la forma de aplicarlas a la vida terrenal. Es preciso considerar lo leído y meditar en ello. Dios se ocupará de dar el entendimiento necesario.
Las palabras del salmista no podían ser más adecuadas para el creyente que reflexiona en la santa Palabra: Por la mañana hazme saber de tu amor y misericordia, porque en ti he puesto mi confianza. Señálame el camino que debo seguir, porque a ti elevo mi alma. Señor, líbrame de mis enemigos, porque en ti busco refugio. Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios. Que tu buen Espíritu me guíe por tierra de rectitud (Salmo 143:8-10).
Es mi deseo que el Señor les bendiga grandemente.