Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña. Así que, cada uno someta a prueba su propia obra, y entonces tendrá motivo de gloriarse sólo respecto de sí mismo, y no en otro; Gálatas 6:3-4 RVR1960
Queridos amigos, existen dos extremos de cómo el ser humano se ve a sí mismo: más alto de lo que realmente es, o más bajo de lo que efectivamente es. El tema de hoy se enfocará en el primer extremo.
La manera en que una persona piensa de sí misma, define e influencia sus pensamientos sobre los demás y su capacidad o disposición para obrar a favor o en contra. A fin de determinar cómo es uno en verdad, en primer lugar debe mirarse delante de Dios para ver lo que realmente es.
El hombre natural, religioso o no, no quiere aceptar su maldad inherente, porque piensa que es mucho más bueno que malo, creyendo con firmeza en los ideales que el mundo le inculca.
Es muy normal que se crea mejor, más sabio e inteligente que los otros individuos y quiera mandarles pensando que puede impartir las mejores directrices. El engreimiento, sobre lo bueno que piensa que es o que hace, conduce a la arrogancia. Cree ser algo, no siendo nada, porque no examina su propia conducta, menos se compara con los parámetros de Dios.
Lo que desconoce es que las cosas de este mundo no se desbordan en una debacle entre humanos por la providencia de Dios en su forma de gracia común. Si no fuera Dios dando sentido moral y contención entre humanos ya nos habríamos exterminado los unos a los otros.
También están los cristianos nominales que se regocijan después haber aprendido que son vencedores hijos de Dios, coherederos del reino, hermanos de Jesucristo y, nada más y nada menos, que Sus buenos amigos. De igual manera creen que son algo, sin embargo no son nada, porque, a pesar de sus creencias, les hace falta Jesucristo en el corazón.
Así mismo tenemos a la jerarquía eclesiástica dentro del iglesianismo, ya sean éstos obispos, cardenales, curas o pastores, que ostentan sus cargos subidos a un pedestal. Se olvidan que el menor debe ser servido por el mayor y no solo permiten ser servidos, sino que también lo disfrutan. Ambicionan ser algo, pero en verdad no son nada.
Otro ejemplo son los personajes famosos de la farándula evangélica que ostentan súper poderosos testimonios de fe y de superación personal. Hacen su entrada triunfal al mercado religioso evangélico al mejor estilo de una banda rockera, donde miles esperan su ansiado debut. Suelen estar entre los líderes de multitudinarias congregaciones, que miden con orgullo el número de sus seguidores fieles.
Venden un espectacular testimonio autobiográfico, cantan alabanzas y escriben libros centrados en Dios soportados por una sofisticada mercadotecnia. Lo triste es que las personas más necesitadas de conocer al Señor son las que con mayor facilidad caen en su atractiva pero engañosa trampa. Éstos creen que son mucha cosa, pero tampoco son nada.
Finalmente están los convertidos genuinos que si han crecido algo en espíritu saben que no son nada, o menos que nada. Se saben menos que un servidor infiel, pues toda la gloria es de Dios y para Dios.
Si creemos ser algo, ante Dios nos engañamos y quien no esté dispuesto a humillarse como vil pecador ante su majestuosa presencia no ha sido regenerado en espíritu ni tiene a Cristo como su Señor y salvador.
El fuego que pone a prueba la labor del creyente es el amor de Cristo en él. Si el convertido obra en amor y su fruto es digno, entonces se puede gloriar por su buen resultado, pero no por lo que ha hecho por Dios o por otra persona, sino de lo que Dios ha hecho por medio de él. Una vez más, toda la gloria es de Dios.
Engañarse a sí mismo, en el sentido en que estamos analizando, es una forma de ser común a la gran mayoría de las personas del mundo. Ojalá, más temprano que tarde, se halle que esta práctica tiene como resultado lamentables efectos.
Nos encontramos ante la seria advertencia de examinar nuestro proceder, de auto examinarnos para comprender cómo somos en realidad. Mientras más y mejor conozcamos nuestro corazón, nuestra manera de actuar y nuestras actitudes, menos despreciaremos a los demás y más dispuestos estaremos para ayudarles cuando así lo necesiten.
Dios se disgusta con quienes se creen mejores que el resto. Este tipo de gente siempre anda vagando en su corazón sin llegar a conocer los caminos del Señor (Hebreos 3:10)
Nada debemos hacer por vanagloria, compararse con otros es dañino cuando se llega a pensar que se está haciendo una mejor labor o peor, cuando se piensa que se es mejor.
Actuemos más bien con humildad, estimando a los demás como superiores a nosotros mismos (Filipenses 2:3)
Quien se mide a sí mismo y a su obra por los parámetros de Dios difícilmente caerá en el error de vanagloriarse, tendrá muy claro que sin la obra de Jesucristo en su vida nada ni nadie sería. Si se presentara la tentación de querer vanagloriarse solo queda mirar el ejemplo y vida de Cristo Jesús. Gloria a Dios.
Que el Señor les bendiga con su maravillosa gracia.