Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados? 2 Corintios 13:5 RVR1960
PARTE 2
Queridos amigos, vimos que existen varias circunstancias que pueden llevar a creer que tal o cual persona es convertida.
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Si Cristo no mora en nosotros por su Espíritu, entonces estamos reprobados por el Juez que nos juzgará. Si el poder del amor de Cristo no obra en nosotros no tenemos fe vivificadora.
¿Cómo podemos saber si Cristo está en nosotros? ¿Cómo determinamos que hemos sido bendecidos con la gracia, que el Espíritu Santo mora en nosotros y que el reino de Dios ha sido establecido en nuestros corazones?
Las respuestas a estas preguntas se dan a través de las evidencias de un auténtico cristianismo, que se vive a través de una fe salvadora genuina.
La evidencia del amor a Dios.
Saber que se tiene a un Dios maravilloso y no desear nada más que a Él y solo a Él, es una señal clara del amor que un verdadero convertido tiene por Dios (Salmo 73:25).
En el Salmo 42:1 el salmista hace una comparación de un ciervo muy sediento que brama desesperado por la sed, que de no conseguir agua caerá muerto, con el clamor del alma de un hijo de Dios que sabe que sin la presencia de su Señor en su vida sería mejor no haber nacido.
El creyente genuino anhela amar a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas y con toda su mente (Lucas 10:27). Busca agradar a Dios viviendo alejado de los designios de la carne, es decir de la naturaleza pecaminosa en la que vive el hombre natural (Romanos 8:7).
La evidencia del arrepentimiento del pecado.
Existen personas que afirman que el pecado no existe, otras dicen que no tienen pecado o que pecan muy poco, en todos los casos la gente se engaña y está viviendo alejada de la verdad, (sin saber) llaman mentiroso a Dios y demuestran que no hay lugar para su Palabra en su corazón. Sin embargo, si confesamos nuestros pecados Dios es justo y fiel para perdonarnos (1 Juan 1:8-10).
El arrepentimiento es un cambio radical en el estilo de vida de una persona. Comienza por declarar los pecados a Dios sin encubrir ninguna iniquidad cometida. El pecador confiesa con el corazón en la mano todas sus transgresiones, sabiendo que Dios le perdona la maldad de sus pecados (Salmo 32:5).
Si la persona busca encubrir de alguna manera algún pecado (ante Dios) significa que no tiene un espíritu regenerado. Solo quien lo confiesa todo y vive para apartarse del pecado alcanzará misericordia (Proverbios 28:13). Todos estamos vendidos al pecado y todos somos esclavos del pecado hasta que nos arrepentimos para perdón de pecados.
Una evidencia del arrepentimiento es la tristeza en el corazón por haber herido de tal manera la santidad de Dios, bendito el que esté atribulado por reconocer su agresión a Dios.
La evidencia de la humildad (genuina).
Santiago nos enseña que Dios se opone a los soberbios y orgullosos, mientras que da gracia a los humildes. La humildad es una condición inevitable para un cristiano. Dios quiere que sus hijos sean humildes, es decir que no sean soberbios ni orgullosos.
El humilde se aflige, lamenta y llora en contraposición al orgulloso que no se le mueven los sentimientos porque ha de sustentar su posición de soberbia a como dé lugar. El soberbio ríe y disfruta con su pecado, mientras el humilde llora con amarga tristeza sabiendo de su trágica situación de pecador.
El creyente debe humillarse delante de Dios, debe presentarse ante Él con el espíritu quebrantado y el corazón contrito y humillado. El Señor no le despreciará, es más le exaltará para vida eterna.
No dejen de leer la tercera parte, les deseo un día muy bendecido.