Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados? 2 Corintios 13:5 RVR1960
PARTE 3
Queridos amigos, continuamos analizando las evidencias que un verdadero cristiano debe mostrar.
Es menester aclarar que no todas las evidencias son explícitamente visibles en todos los verdaderos creyentes, por supuesto que lo ideal sería que todas se manifiesten por igual. Sin embargo, el desarrollo espiritual de cada convertido es tan individual como su salvación.
La evidencia del celo por la gloria de Dios.
La gloria de Dios se puede definir como el esplendor, el alto honor, el maravilloso brillo de Dios. Dar gloria a Dios es alabarle sin escatimar en lo más mínimo que Él es el merecedor de todo honor y de toda honra, reconociendo que Dios es el único ser que se puede jactar de todas las cosas, pues es merecedor de toda gloria.
El salmista nos enseña que los que buscamos a Dios debemos gloriarnos en su santo nombre y como consecuencia tendremos un corazón alegre (Salmos 105:3). La gloria es toda de Dios y el creyente lo sabe en su corazón. Jesucristo se lleva la gloria de ser el creador de todas las cosas y también de ser el único que puede salvar de la muerte eterna, el Dios Padre se lleva la gloria de ser misericordioso y de regalar el don de la gracia.
Dios creó al hombre para su gloria, por tanto, el hombre debe vivir para la gloria de su Creador (Isaías 43:7). Todo lo que haga el hombre debe ser para la gloria de Dios (1 Corintios 10:31). Para muchos un pensamiento difícil de digerir, para el cristiano verdadero un motivo de gozo.
El hombre por naturaleza se alaba y le gusta que le alaben. Dios dice que no se jacte el sabio de su sabiduría, que el valiente tampoco se alabe de su valentía y que tampoco el rico se jacte de sus riquezas. El que se gloríe que se jacte por conocer y obedecer al Señor, reconociendo celosamente que toda la gloria es solo y únicamente de Dios (Jeremías 9:23-24).
La evidencia de la oración continua.
La forma que tiene el creyente de comunicarse con Dios es a través de la oración. Jesús enseñó, que orar siempre y no desmayar es una necesidad para los hijos de Dios. La oración puede ser de agradecimiento, de súplica o de petición por uno mismo, por los hermanos en Cristo o por los impíos.
La oración es para pedir en humilde súplica y con perseverancia por la vida de uno y por la de los demás, especialmente por la de todos los santos (Efesios 6:18), buscando que todos sean sanados. Cuando el Señor se refiere a que es necesario orar, quiere decir que el convertido debe orar en todo tiempo y lugar, a tiempo y destiempo.
Dios no quiere que sus hijos estén afanados por las cosas de la vida, Él quiere que confiemos en Él y que podamos pedirle en oración y ruego, sin dejar de agradecer, lo que estemos necesitando. Estemos seguros que la paz de Dios guardara nuestros corazones y nuestras mentes en Cristo Jesús (Filipenses 4:6-7).
La Palabra nos enseña que la oración eficaz del justo puede mucho. Entonces no dejemos de orar con todo ruego para vivir en paz con toda piedad y honestidad.
La evidencia del amor de quien se niega a sí mismo.
El amor del cristiano se define en no desear el mal a nadie, por eso es que puede amar a su enemigo. La evidencia de haber pasado de muerte a vida se plasma en el amor que el creyente tiene por sus hermanos en Cristo.
El convertido verdadero no aborrece a su hermano ni a nadie, pues está en la luz. Quien no ama a su hermano está en tinieblas y permanece en muerte, en él existe todo tipo de tropiezo y no tiene vida eterna permanente (1 Juan 2:9c10, 3:14)
Si no le deseo el mal a nadie, solo puedo desear el bien, lo cual implica de manera directa que estaría viviendo de manera esforzada por cumplir la ley con el prójimo. Recordemos que la ley es buena y santa, pero que nadie se convierte por el cumplimiento de la ley.
El apóstol Juan exhorta a sus amados hermanos a que se amen unos a otros, porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es decir que no quiere el mal para el otro, es nacido de Dios y le conoce (1 Juan 4:7-8).
Preguntemos a nuestras almas; ¿somos cristianos de verdad o somos solo engañadores?
No dejen de leer la cuarta y última parte, les deseo un día muy bendecido.