Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados? 2 Corintios 13:5 RVR1960
PARTE 4
Queridos amigos, en está última parte finalizamos el análisis de las evidencias que un verdadero cristiano debe demostrar.
La evidencia de la separación del mundo.
Según las Escrituras el mundo es uno de los tres enemigos que luchan contra el cristiano. En este contexto el término mundo se refiere al sistema mundano, el cual está basado en el orgullo, la ambición, el egoísmo, la codicia y los placeres que son pecado. Se puede definir al mundo como el conglomerado humano sin Dios.
Satanás es el príncipe de este mundo y lo lidera a través de la política, las religiones, el comercio, la educación, las diferentes organizaciones mundiales, las diversiones y mucho más. Satanás tiene el poder de dar a los hombres casi todo lo que deseen, como ser poder, prestigio, honores, posesiones y riquezas, logros intelectuales, etc.
Podemos comprender por qué el Señor dice que la amistad con el mundo es enemistad con Él (Santiago 4:4), Él describe a las personas que siguen al mundo como gente de almas adúlteras. Amar al mundo y las cosas que están en él no es de creyentes verdaderos, pues si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.
No hay que amar al mundo, porque todo lo que hay en él no proviene del Dios Padre, se trata de los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida (1 Juan 2:15-17), y todo esto se terminará pronto.
El hombre natural está dominado por el poder del pecado y el único que puede liberarlo es el Señor Jesucristo. Es necesario creer que Jesús es el Hijo de Dios y Señor y salvador para vencer al mundo (1 Juan 5:5). El convertido debe saber que no ha recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios (1 Corintios 2:12), de esa manera puede y debe vivir alejado de las seducciones y poderes mundanales.
La evidencia del crecimiento espiritual.
La condición primigenia que garantiza el crecimiento espiritual es la de permanecer en Cristo Jesús y que Él permanezca en uno. Quien está limpio, porque el oír del Evangelio tuvo fruto de salvación en él, empieza a crecer en espíritu.
Jesús enseña que Él es la vid y que los convertidos son sus ramas, las cuales sin la vid no pueden dar fruto y si existe alguna rama que no permanece en la vid, entonces no puede llevar fruto porque separado de Jesucristo absolutamente nada puede hacer y perecerá (Juan 15:1-6).
Jesucristo siembra sus semillas y no todas caen en buena tierra, pues no todos retienen la Palabra oída para dar fruto cristiano con perseverancia (Lucas 8:15). Observamos que la perseverancia de los santos es la que genera crecimiento espiritual, es decir ser disciplinado para orar y leer la Biblia, anhelando con el corazón vivir una vida bajo la voluntad plena de Dios.
El objetivo es el perfeccionamiento de los santos a fin de ir edificando un cuerpo de Cristo sólido en la fe, que se vaya desarrollando cada vez más en el conocimiento del Hijo de Dios.
Debemos avanzar espiritualmente para ir dejando de ser niños cambiantes, que se dejan influenciar fácilmente por hombres que emplean artimañas del error para engañar. Para avanzar es preciso perseguir la verdad en amor a Dios y crecer en Jesucristo, que es la cabeza del cuerpo, cuyos miembros deben ayudarse mutuamente para seguir creciendo espiritualmente y edificando el cuerpo de Cristo en amor (Efesios 4:12-16).
La evidencia de la vida de obediencia.
Jesucristo es Señor de señores y Rey de reyes merecedor de toda obediencia y sumisión. La Palabra nos enseña que los creyentes verdaderos, que fueron bendecidos a través de la sangre de Cristo, han sido elegidos, según el conocimiento previo de Dios, para obedecer (1 Pedro 1:2).
El que dice que conoce a Dios y no es obediente a sus mandamientos, la verdad no está en él y es un mentiroso. El que se dice discípulo de Jesucristo debe seguir sus pasos, tal cual Él anduvo (1 Juan 2:3-6).
En estos días existe una multitud de personas que se autodenominan cristianos y hablan de Jesucristo como si fuese su Señor, sin comprender que tener un Señor implica ser siervo para servirle, haciendo su voluntad en total sumisión (Mateo 7:21).
Continúan viviendo su vida mundana y viven pregonando que Jesús es su amigo, sin embargo, Jesucristo es amigo únicamente de quienes hacen lo que Él les manda (Juan 15:14).
La obediencia a Dios es una consecuencia de la conversión, es decir de la regeneración espiritual, el así llamado nuevo nacimiento. El nacido de nuevo anhela en su corazón amar a Dios y la única manera de demostrarle su amor es a través de la obediencia a su voluntad (1 Pedro 1:22).
Preguntemos a nuestras almas; ¿somos cristianos de verdad o somos solo engañadores?
Les deseo un día muy bendecido.