Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? 1 Juan 4:20 RVR1960
En este contexto cabe perfectamente la falta de perdón.
A quienes no podemos perdonar es a quienes aborrecemos.
Jesucristo nos pone una medida muy alta al exigir que amemos a nuestro prójimo, es decir que le perdonemos todas sus ofensas actuando con misericordia y amor.
Es una medida muy alta desde la perspectiva humana, especialmente desde una medida de justicia propia.
Tendemos a juzgar y hacer justicia según nuestros criterios, parámetros y sentimientos, olvidándonos lo poco merecedores de perdón que somos.
Si meditamos, haciendo de lado soberbia y orgullo, sobre los motivos que Dios tendría para perdonarnos llegaremos a la conclusión, que no existe ni siquiera un pequeño motivo para que Dios obre perdón sobre nosotros, reconociendo de esa manera que somos pecadores irreconciliables, exactamente en este punto es donde debemos comprender que si Dios obra perdón sobre nosotros, es por misericordia.
Nosotros en consecuencia debemos obrar de la misma manera con nuestro prójimo. Se trata de un acto de obediencia y Dios premia la obediencia.
No obstante todo ello, es fundamental tener en mente que la presencia real de Dios en nuestras vidas es imprescindible, caso contrario se hace muy difícil practicar la obediencia que Él exige, es su poder el que obra sobre nosotros a través del Espíritu Santo, que mora en el creyente.
Es por eso que requerimos primero de la obra salvífica de Jesucristo para dirigir nuestras miradas a una visión de misericordia y de amor, y así poder perdonar de corazón.
Que Dios tenga misericordia de nosotros.