Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Jeremías 17:7 RVR1960
Queridos amigos, ¿en quién confía el pueblo en estos días? No es una pregunta muy difícil de responder, y la respuesta que aplica a la generalidad es: en cualquier cosa menos en Dios.
Para entender mejor es bueno definir el término confiar. Significa dejar algo al cuidado de alguien en quien se tiene la esperanza firme de que no fallará, esperar con firmeza y seguridad, depositar la plena confianza.
Ahora veamos algunas diferencias entre Dios y el hombre: Dios es inmutable, perfecto, fiel, bueno bondadoso, justo; en tanto que el hombre cambia de parecer, es imperfecto, más o menos fiel, más o menos bueno, más o menos bondadoso y más o menos justo hablando en términos propios del hombre, pero si lo vemos desde la mirada divina es malo, infiel e injusto, pues según la Escritura no hay ni uno bueno ni uno justo pisando esta tierra (Romanos 3:9-23 y 3:10-18).
Dados los atributos de Dios y del hombre podemos comprender aquello que el profeta Jeremías nos quiso decir: Bendito el hombre que pone toda su confianza en Dios y maldito el hombre que confía en el hombre y en las cosas del hombre.
Entonces, ¿por qué el hombre insiste en confiar más en el hombre que en Dios? Porque a pesar de que tantos hablan mucho de Dios pocos son los que en verdad le conocen y le aman, y no se puede poner la confianza en quien no se ama y menos se conoce.
Como enseña la Biblia, no es posible servir a dos señores (Mateo 6:24), entonces no podemos depender de la confianza en el hombre o en otras cosas del hombre sin apartarnos del Señor y Dios. Al igual que el pueblo de Israel confiaba en dioses falsos y en la fortaleza del hombre (alianzas militares con Egipto o Babilonia), el pueblo pone su confianza en ídolos, en la fuerza de los líderes políticos o religiosos, en los movimientos sociales o cívicos, y poco o nada en Dios.
El resultado es como arar en el desierto para luego sembrar y querer cosechar, o como dejar un profundo mensaje escrito en la arena de una playa que es continuamente lavada por las aguas del mar. Es una confianza inútil, pues los resultados serán pobres y tristes, como una raquítica zarza en el desierto. Quizás sonrían temporalmente al ver los resultados físicos, pero sus almas no prosperarán, porque todo lo hacen en la carne y nada en el Espíritu, su morada será la sequedad del desierto, en tierras de sal, donde nadie habita.
En cambio, bendito el hombre que hace de Dios su esperanza, que le entrega su corazón y su vida por completo con la certeza de que Él es fiel y cumplirá con todas sus promesas, será como un árbol plantado junto al agua, que extiende sus raíces hacia la corriente y sus hojas están siempre verdes. No se angustia en época de sequía, ni teme que llegue el calor, y, lo más hermoso, nunca deja de dar fruto.
La razón para que el hombre siga al hombre y no a Dios radica en su corazón, pues no hay nada tan engañoso como el corazón del hombre en su condición caída, en su estado carnal corrupto, en su situación de muerte en delitos y pecados (Efesios 2:1). Llama bueno a lo malo y malo a lo bueno, y no sabe discernir entre verdaderas paz y justicia. Su corazón perverso lo lleva a escoger lo equivocado; surge la pregunta ¿quién puede comprender los errores de su corazón? Si el hombre no está en condiciones de entender su propio corazón, menos podrá descifrar el corazón del prójimo y confiar en él.
Solo Dios es capaz de sondear el corazón y examinar los pensamientos del hombre, nadie puede engañar a Dios, por más bien que sepa ocultar sus peores intenciones, y solamente en el corazón de Dios reina la verdad, la paz y la justicia verdaderas.
El Señor guardará en completa paz a aquel cuyo pensamiento en Él persevera; porque en Él ha confiado. Confiemos en Dios perpetuamente, porque en el Señor está la fortaleza eterna (Isaías 26:3-4).
Les deseo un día muy bendecido.