y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Filipenses 2:8 RVR1960
Queridos amigos, el título del artículo es sin duda provocador para el pensamiento actual, pues la idea generalizada es que la Navidad es una fiesta de amor y de paz.
Es cierto que el amor y la paz son elementos inseparables de la esencia de Jesucristo, y tampoco es parte de la discusión la gran necesidad que tenemos los humanos de amor y paz. Si se ama (amor ágape) a Dios y al prójimo como prescriben los mandamientos, se obtendrá como consecuencia paz y bienestar. Pero esa debe ser una condición constante para que surta el efecto deseado, porque si se restringe a una corta época del año, sólo quedará el fugaz sabor del bonito esfuerzo.
El mundo busca vivir en paz y en amor, un slogan que se usó mucho en la época Hippie, solían decir como si fuera algo bueno “haga el amor y no la guerra”; eran ideales que apuntaban a que el hombre podía vivir en paz y en amor por su propia decisión. Y en pro de la paz y del amor los desenfrenos sexuales y existenciales apoyados por la droga parecían no tener fin. Una paz y un amor lejanos de los principios cristianos.
Muchos podrán sentirse agredidos, diciendo que no pueden ser acusados, porque nada tienen que ver con dicha época, pues lo que se vive ahora es muy diferente. Efectivamente vivimos en un mundo diferente, pero que igual que hace sesenta o quinientos años poco o nada quiere saber de Jesucristo.
Es importante estar sintonizados en el significado del amor cristiano, que no es amor físico ni filial, más bien se trata del amor ágape, un amor sufrido, benigno, que no tiene envidia y no es jactancioso; tampoco se envanece y no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, pero se goza de la verdad. El amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (1 Corintios 13:4-7). Este es el amor constante (también navideño) de Jesús, Él nos lo dio todo sin pedir nada a cambio. Amigos lectores quedan invitados a empezar a vivir bajo este tipo de amor.
La mera verdad es que sin Jesucristo no pueden haber ni paz ni amor verdaderos. En la historia de la humanidad han existido espacios de relativa paz entre tribus, pueblos, reinos y estados, pero nunca se pudo conseguir una paz duradera en el tiempo. Tampoco se puede conseguir una paz duradera cuando se participa del mundo, las disensiones y contiendas interpersonales están al orden del día. Todo eso se atribuye a que no existe verdadera paz en el corazón del hombre, a pesar de los esfuerzos de algunos. La causa es la condición caída de la raza humana, el pecado domina los corazones destruyendo las mejores intenciones. Y Cristo es la solución.
La Navidad es una celebración que fue instituida por autoridades políticas que se abrogaban derechos religiosos. Los primeros cristianos y sus sucesores no celebraban el nacimiento del Señor Jesucristo, porque le otorgaban la correspondiente importancia a su muerte y resurrección.
Es posible que la celebración de la Navidad fuera introducida por Constantino el Grande (un demostrado pseudocristiano), quien evidentemente escogió el 25 de diciembre a causa de la fiesta pagana del sol que era tan popular. Gregorio Nacianceno y Crisóstomo popularizaron la fiesta en Constantinopla. Pero la nueva fiesta recibió una fuerte oposición a través de todo Oriente, especialmente en Antioquía de Siria. Egipto no la aceptó hasta el año 431, Armenia nunca. Pero finalmente terminó por difundirse por todo el, así llamado, mundo cristiano.
Recordemos cómo se fue introduciendo la fatídica fiesta de Halloween en la cultura, muchos lo hemos vivido. Por supuesto que no se compara con la Navidad, pero el poder del comercio y la publicidad hace que estas celebraciones se afiancen cada vez más en función al pensamiento impío anticristiano.
Aunque la fiesta de la Navidad no haya sido instituida por cristianos verdaderos se trata de una celebración dedicada al nacimiento del Señor Jesús. Es la alegría de saber que tenemos las buenas nuevas de un Salvador, que también es Señor sobre todas las cosas. Pero para alegrarse hay que entender de qué necesitamos ser salvados. Y gracias al convencimiento de pecado que obra el Espíritu Santo los convertidos pueden conocer la dimensión de sus pecados para arrepentirse de ellos y pedir sincero perdón, dándose cuenta de su deuda impagable ante Dios, que la pudo pagar sólo Cristo Jesús a través de su venida para perecer de muerte sacrificial en la cruz del calvario.
La alegría ha de convertirse en infinito agradecimiento al Señor, pues no escatimó esfuerzos para despojarse a sí mismo para tomar forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y en su condición de hombre se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, una muerte tremenda de cruz (Filipenses 2:5-11). Se humilló naciendo en un pesebre, en un pueblito insignificante, dentro de una familia pobre sin ninguna posición social, haciéndose parte de un pueblo sometido.
Debemos AGRADECER por su encarnación, por su humillación, por su entrega, por su ejemplo, por su amor, por sus enseñanzas, por sus sufrimientos, por su sacrificio, por su muerte en la cruz como si de un malhechor se tratase, por su resurrección y su amorosa presencia en el mundo antes de su ascensión, por su maravilloso gobierno, por su señorío, por su reinado, por su justicia, por su verdad, por su labor sacerdotal e intercesora, y así sucesivamente.
El agradecimiento debe ser de corazón, y no sólo de boca para afuera. El agradecimiento debe ser permanente y constante, de poco sirve agradecer una vez cada año. La obra de Jesús en la cruz no merece nada menos. Su nacimiento, muerte y resurrección deben estar presentes en los corazones de los creyentes todos los días de la vida. Y el agradecimiento debe traducirse en obediencia a Dios.
El corazón obediente goza de amor y de paz, y puede celebrar difundiendo el amor y la paz del evangelio, pero sin olvidar jamás el agradecimiento que debe tener por la obra de Jesús. Sin la obediencia a Dios el amor y la paz por más activos que estén son sólo obras muertas.
Mi mayor deseo para ustedes, queridos amigos, es que Jesucristo nazca verdaderamente en sus corazones. Bendecida noche de celebración en honor a Su nacimiento y vida.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.