Cristo es la imagen visible del Dios invisible. Él ya existía antes de que las cosas fueran creadas y es supremo sobre toda la creación Colosenses 1:15 NTV
Queridos amigos, Cristo es supremo en todo y sobre todo. La naturaleza divina de Cristo se afirma por completo a través de esta declaración del apóstol Pablo a los colosenses. Cristo no es sólo igual a Dios (Filipenses 2:6), Él es Dios, Él y el Padre son uno (Juan 10:30); Él es la exacta representación de Dios, es la imagen del Dios invisible. Quien ha visto a Cristo ha visto al Padre (Juan 14:9).
Cristo Jesús ya existía antes de que las cosas fueran creadas y es supremo sobre toda la creación porque, por medio de Él, Dios creó todo lo que existe en los lugares celestiales y en la tierra. Hizo las cosas que podemos ver y las que no podemos ver, tales como tronos, reinos, gobernantes y autoridades del mundo invisible. Todo fue creado por medio de Él y para Él (Colosenses 1:15-16). No sólo es creador de todas las cosas, también es sustentador de todas ellas por la palabra de su poder.
Cristo Jesús ya existía antes de todas las cosas y mantiene unida toda la creación. Cristo también es la cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo. Él es el principio, supremo sobre todos los que se levantan de los muertos. Así que Él es el primero en todo (Colosenses 17-18). Toda plenitud habita en Él.
Ya cuando Jesús fue engendrado por el Espíritu Santo y estaba en el vientre de su madre era completamente hombre sin dejar de ser completamente Dios. Por cómo vemos a los bebés recién nacidos, nos cuesta imaginar que pudiera haber algún poder divino en el Jesús recién nacido. Debemos comprender que al no haber dejado nunca su condición de Rey de reyes, siempre estuvo al mando de todo, a pesar de mostrarse como un bebé indefenso ante los hombres.
Él se encarnó a través de un óvulo de María fecundado por el Espíritu Santo y se nutrió y creció en el vientre de su madre como un humano, nació a través de parto natural, su cordón umbilical fue cortado, fue lavado y envuelto como un bebé de humano. No sorprendió a nadie hablando poco después de nacer o caminando a los tres meses, porque había decidido que su encarnación sería perfecta, por tanto, se comportaría como cualquier otro humano con un desarrollo físico natural.
No obstante la condición de Jesús de “indefenso” recién nacido, tanto María como José sabían con absoluta certeza, que se trataba del Hijo de Dios a quien había que adorar. A pesar de su supuesta “indefensión” nadie le podría hacer daño físico o psicológico hasta que Él lo permitiera.
Los pastores de las cercanías recibieron de un ángel nuevas de gran gozo, que los movió a visitar al Salvador Cristo el Señor en el pesebre para adorar. Cómo habría sido su temor y asombro al verse rodeados de pronto por una multitud de las huestes celestiales, que celebraban el nacimiento glorificando a Dios (Lucas 2:8-14). Con seguridad no les cupo la menor duda de que se encontraban delante del Salvador, que es Cristo el Señor. Su actitud para con el recién nacido fue de plena reverencia y máximo respeto. Probablemente no abrieron la boca en su presencia sino para adorar.
Nada tiene que ver la verdadera escena del nacimiento de Jesús en Belén con las representaciones de un pesebre debajo de un árbol luminoso, así como nada tienen que ver las tradiciones del mundo que acompañan a la fiesta de la Navidad.
Es fácil saber cuándo una fiesta es pagana, porque sino el mundo no la celebraría. Adorar imágenes o estatuas (dígase el Niño) es un acto de idolatría pagana. Desplazar el verdadero motivo de celebración del nacimiento de Jesús, intercambiándolo por un espíritu navideño y todos los demás elementos divertidos o distractivos, tales como la mentira del Papa Noel, los regalos, la decoración exagerada u ostentosa, el árbol, la música, la comilona, etc., es parte del sistema pagano, que domina el mundo actual, pues todo está centrado en la exaltación del hombre. Vemos que el centro no es Jesús, y cuán aburrida se tornaría la fiesta si tuviéramos que seguir preceptos cristianos…
Se podría entender que las personas buscan actuar en paz y amor, buscando la unión familiar o fraternal en fecha tan especial, y que ese es un aporte de Jesús, pues Él es Príncipe de paz y Dios de amor, además que defiende y promueve a la familia como institución creada por Él. Pero me arriesgo a afirmar, que la gran mayoría actúa motivada por el espíritu navideño.
La Navidad debe celebrarse en los corazones todos los días del año, debemos hacer nacer a Jesús en nuestros corazones en cada mañana en que abrimos los ojos. Dejar un evento tan importante para ser recordado una única vez en el año, además por los motivos equivocados, a lo menos resulta vergonzoso. Más aún cuando se lo celebra para la gloria de los hombres.
Gracias al advenimiento y a la posterior muerte de Cristo Jesús los creyentes hemos podido reconciliarnos con Dios. Por medio de Él Dios reconcilió consigo todas las cosas, hizo la paz con todo lo que existe en el cielo y en la tierra, por medio de la sangre de Cristo en la cruz. Eso los incluye a los creyentes verdaderos, que antes estaban lejos de Dios. Eran sus enemigos, separados de Él por sus malos pensamientos y acciones (dígase pecado); pero ahora Él los reconcilió consigo mediante la muerte de Cristo en su cuerpo físico.
Como resultado, los ha trasladado a su propia presencia, y ahora los creyentes genuinos son santos, libres de culpa y pueden presentarse delante de Él sin ninguna falta. Pero deben seguir creyendo esa verdad y mantenerse firmes en ella. No deben alejarse de la seguridad que recibieron cuando oyeron la Buena Noticia. Esa Buena Noticia ha sido y está siendo predicada por todo el mundo (Colosenses 1:19-23). Quiera Dios bendecir de igual manera a quienes lo reverencien en esta Navidad.
La celebración de la Navidad debe ser para adorar al Señor Jesucristo, no al “niñito Jesús”, para agradecerle por haberse encarnado y por haber muerto en la cruz para que los pecadores que llegasen a creer en Él, no se perdiesen y llegasen a tener vida eterna (Juan 3:16).
Los que adoran, celebren la vida de Jesucristo, desde su nacimiento hasta su muerte, resurrección y ascensión. Celebremos la Navidad en esperanza, pues Cristo viene pronto. Y que el mismo Dios de paz los santifique por completo; y que todo su ser, espíritu, alma y cuerpo sea preservado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo (1 Tesalonicenses 5:23).
Les deseo la bendición de gracia.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.