El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió. Juan 14:24 RVR1960
Queridos amigos, tan duro como cierto, la obediencia produce soledad.
Cuando un joven desea ser obediente a sus padres, generalmente es dejado de lado por sus amigos que encuentran demasiado aburrido su sentido de obediencia.
Se pone peor cuando el creyente vive en obediencia, el mundo le abandona, sin necesidad de que él tenga que alejarse de él.
La bendición del convertido es que cuenta con el Consolador, el Espíritu Santo, como su acompañante, quien no permitirá que se sienta relegado y menos solitario.
Es curioso observar a tantas personas que aseveran amar a Dios, sin siquiera entender quién es quién, porque apenas saben diferenciar entre el Hijo, el Padre y el Espíritu, porque no leen ni conocen las Escrituras.
Aseguran ser obedientes a la Palabra, sin embargo son los primeros en realizar objeciones y dar justificaciones cuando se ven confrontados con exigencias bíblicas que consideran exageradas o fuera de época.
Jesucristo se refiere a este tipo de personas cuando dice que el que no le ama no guarda sus palabras.
Para poder realmente amar a Cristo es necesario arrepentirse y convertirse, y ser bendecido con los dones de gracia y fe para llegar a creer en que Él es el Señor y salvador.
La expresión utilizada en la frase «el que no me ama» tiene el verbo en tiempo presente enfatizando una acción continua, describiendo en este caso un estilo de vida mundano alejado de Dios.
Quienes viven rechazando los preceptos de Cristo no se dan cuenta que se trata de algo muy serio, no están rechazando la opinión de un ser humano cualquiera, sino la Palabra del Dios vivo. Demos casi por hecho que sobre este tipo de personas no se manifestará el amor del Señor.
Si alguien cree ser seguidor de Cristo, debe responsablemente preguntarse si en verdad le ama y si estaría dispuesto a llegar al extremo de morir por Él. El amor a Jesucristo es validado a través de la obediencia, que no es otra cosa que guardar sus mandamientos y sus palabras.
Podemos concluir que el que no le ama no guarda sus palabras, es decir que quien guarda sus preceptos, sí le ama. Para poder ejercer un amor genuino por Cristo Jesús es necesario haber recibido el don de gracia del Dios de paz y justicia, quien también capacita a sus hijos con todo lo que necesitan para hacer su voluntad y por ende amarle.
Él produce en sus convertidos, mediante el poder de Jesucristo, todo lo bueno que a Él le agrada para obediencia y amor.
Concluimos que el creyente ama a Jesucristo sin haberle visto, en quien creyendo, aunque todavía no lo ve, se alegra con gozo que no se puede explicar con palabras (1Pedro 1:8).
Observemos que la gloria por siempre y para siempre solo se la puede atribuir al bendito y todopoderoso Dios Padre.
Tengan un hermoso día disfrutando de la presencia de Jesucristo en sus vidas.