Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos.” Mateo 6:7 RVR1960
Queridos amigos, el “Padre nuestro” es una oración que se encuentra escrita en la Biblia y fue enseñada por nuestro Señor Jesucristo a los discípulos que lo acompañaban como un ejemplo de cómo orar, y no para ser repetida de memoria como un pedido estándar a Dios.
Orar es una actividad indispensable para todo creyente genuino. Es un hecho que todos los seguidores de Cristo Jesús dedican un tiempo de su día a la oración. Quizás sea más fácil hallar un pez vivo en el desierto, que encontrar un verdadero cristiano que no ore, pues una clara señal de la gracia sobre el nacido de nuevo es precisamente la oración.
Jesús enseñó que la oración debe ser hecha en secreto, en un lugar privado, de manera personal. Se debe orar con el fin de agradar al Dios Padre, pues aunque Él no responda como se espera, con seguridad le complace escuchar las palabras de fe de sus hijos.
Entonces lo fundamental de la oración no se encuentra en las palabras que se dicen o en cómo se las expresa ni en el lugar donde se manifiestan, sino más bien en el anhelo de hablar, de comunicarse con Dios. Se puede orar en público, Jesús y los apóstoles lo hicieron, pero orar para ser visto es solo vanagloria.
Los religiosos siempre terminan cayendo en la trampa de la vana repetición lo cual proviene de y conduce a la vanagloria. Generalmente los líderes religiosos, tales como escribas y fariseos, anhelaban ser vistos como ejemplo de santidad, para aportar a dicho objetivo apelaban a la oración en público, lo cual demostraba que no tenían a Dios como principal y única audiencia, y que sus motivos de oración no eran puros.
Parte del rito religioso en muchos lugares es rezar el “Padre nuestro”, es decir repetir de memoria la oración que Jesús utilizó como ejemplo. Esa también es una repetición vana, aunque el objetivo no sea el de vanagloriarse.
Rezar de memoria seguramente simplifica la vida de aquellos que no saben qué y cómo decirle a Dios. Estoy seguro que la gran mayoría de éstos nunca se puso a analizar por qué se comienza por dirigirse al Padre santificando su nombre y pidiendo que venga su reino o por qué solo se le pide el pan de cada día.
Por otro lado y con toda seguridad, no están interesados en que se haga la voluntad de Dios en la tierra y tampoco están dispuestos a perdonar a sus deudores, porque, a pesar de pedirle a Dios con las palmas dirigidas hacia lo alto, no quieren en verdad las cosas de arriba, pues no han pasado por arrepentimiento genuino ni han nacido de nuevo.
Dios lo ve todo, también una oración en el secreto de la mente, especialmente cuando el objetivo de la oración es puro y con el propósito de no sólo mendigarle cosas sino de agradarle.
Lamentablemente ni los más espirituales saben pedir como conviene. No conozco a nadie que reciba todo lo que pide, pues Dios no da lo que se le pide sino lo que Él ve que conviene dar. La mayoría de los pedidos son innecesarios e incluso para mal.
¿Será que Dios oye las vanas repeticiones? No sabemos ni imaginamos cómo puede obrar en su soberanía, pero sí sabemos que el Espíritu Santo intercede, pidiendo en nombre de los hijos de Dios con gemidos indecibles, porque es Él quien conoce nuestras verdaderas necesidades.
Entonces realizar interminables letanías, vanas repeticiones y hasta elocuentes discursos dirigidos a Dios no convencerán al Padre de nada ni influirán en sus divinas decisiones. Las acciones que no producen resultados son vanas y sin sentido.
Entonces el hombre de fe verdadera ora, pero no para pedir como un mendigo y recibir limosnas, sino porque se sabe hijo de Dios y anhela comunicarse con su amoroso Padre, y no solo para pedirle cosas, que debería ser lo menos, sino principalmente para exaltarlo, alabarlo y bendecirlo, resaltando las maravillas que hace en su vida y en la de los otros.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.