Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Juan 15:18 RVR1960
Queridos amigos, la Palabra no tiene matices de grises, pues define las cosas claramente entre blanco y negro, verdad o falsedad, justicia o injusticia. Las medias tintas son creación de Satanás o del hombre natural como, por ejemplo, la falsa tolerancia, que tan en boga está.
De igual manera el antagonismo completo entre la iglesia y el mundo está dado por la absoluta falta de entendimiento entre ambos. El mundo no quiere hacer ningún esfuerzo por comprender algo que le resulta muy poco atractivo, para no decir repulsivo.
Si no fuera así, jamás se habrían dado las persecuciones destructivas y hasta homicidas en la historia del cristianismo. Incluso en estos tiempos la iglesia es perseguida de una manera u otra, en muchos casos de forma encubierta, por no ser políticamente correcto en los países que se precian de ser democráticos y a favor de la libertad.
En los tiempo de la Iglesia Primitiva el cristianismo era ilegal, así como en nuestra era lo es en países que profesan religiones fundamentalistas, que defienden ideas humanas creyendo que provienen de algún dios.
En aquellos países liberales donde existe la libertad de religión el aborrecimiento hacia Cristo se manifiesta de otras maneras, por ejemplo, está prohibido hablar de Jesús en los colegios, y si se hace, el efecto es inmediato, pues produce rápida reacción en sus adversarios, que nada desean saber y menos oír de Él.
Los creyentes genuinos saben perfectamente que serán perseguidos, si conocen la Biblia no pueden decir que no está escrito como una clara advertencia de una realidad inevitable (1 Juan 3:13). También saben que no se puede pertenener a dos clubes diferentes como es posible en el mundo, pues o se es partícipe del mundo o miembro inseparable de la Iglesia de Jesucristo, no existe la posibilidad de ir cambiando de bando en función a las circunstancias, intereses o gustos. O se es de Cristo o se es del mundo, no hay término medio.
Los afectos por las cosas que Dios aborrece son la causa para el odio del mundo hacia la Iglesia. Los estándares de Dios son contrarios a los que el mundo establece. El mundo está convencido de que sus ideales son los correctos, considera sus pensamientos como justos y piensa que es dueño de la verdad. Pero no tiene la más pálida idea de que está sumido en oscuridad e ignorancia. Y dicha ignorancia es el motivo principal de su odio por la verdad y justicia que son de Cristo y por ende el desprecio y hostilidad hacia sus verdaderos seguidores.
El mundo tiene su propio dios. Es como un rebelde sin causa, y no tendrá límite en su odio hacia aquellos que han dejado de pertenecer a él. El cristiano está preparado porque sabe lo que le espera, y de todos modos no zanja en su afán de servir al mundo en santo servicio, esforzándose por que el evangelio llegue a los corazones de la gente. Es sabedor de que este servicio solo será apreciado por aquellos que finalmente son llamados, el resto lo despreciará.
El creyente verdadero cuanto más se parece a Cristo, más se identifica con sus sufrimientos. Cuando se es genuinamente de Cristo se cuenta con el consuelo de sufrir por amor a su nombre. El odio será definitivamente vencido y prevalecerá el amor, con tal certeza nadie entre los convertidos genuinos debe sentirse debilitado en su amor, pues el amor del Dios santísimo lo acompaña en todo momento.
Es deber del cristiano testificar de Jesucristo, pero no debe discutir ni esforzarse por convencer, debe dejar en manos del Dios soberano la decisión del llamado. La motivación del creyente debe venir de la experiencia de observar vidas oscuras llevadas a la luz de Jesucristo a través de la guía del Espíritu Santo. Ese testimonio es de invaluable motivación para seguir adelante, incluso enfrentando el más encarnizado de los odios.
Por otro lado está el deber del creyente que no debe tener amistad con el mundo, pues se convierte inmediatamente en enemistad con Dios. El que quiera ser amigo del mundo, se constituye en enemigo de Dios (Santiago 4:4). El convertido debe mantenerse fiel, pues el Espíritu que Dios ha hecho morar en él lo anhela celosamente (Santiago 4:5).
El cristiano vive en el mundo pero no es del mundo. Su pasar por el mundo es como estar constantemente en campo enemigo. Pero es bienaventurado cuando el hombre mundano lo aborrece, cuando lo aparta de sí y vitupera en su contra, desechando su nombre como malo, por causa de Jesucristo (Lucas 6:22).
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.