A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. 1 Timoteo 6:17 RVR1960
Queridos amigos, así como Dios no hace acepción de personas, el reino de los cielos tampoco es de exclusividad para ciertas personas, pues ricos y pobres pueden entrar en él para vivir en eternidad.
Podría parecer que solo los pobres tienen espacio en la morada eterna, especialmente porque, a simple vista, la iglesia de los tiempos de Cristo estaba conformada en su gran mayoría por pobres y esclavos. Además, las palabras de Jesús en Mateo 19:23 donde se dirige a sus discípulos diciéndoles: de cierto de cierto les digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos; pueden hacer pensar que los ricos están destinados a perecer.
Sin embargo, había verdaderos creyentes ricos, lo cual implica que no estaban condenados por su condición material, tampoco se les exigió renunciar a sus riquezas. Por ejemplo, están Zaqueo el cobrador de impuestos y José de Arimatea.
Tanto ricos como pobres deben demostrar un comportamiento y una actitud acorde a su fe en Cristo Jesús. El rico genuinamente convertido toma conciencia de lo incierto de sus riquezas, pues entiende que no representan ninguna seguridad. Comprende que su única riqueza y seguridad está en su Señor Jesucristo.
Los ricos bendecidos con gracia se encuentran delante de una gran responsabilidad, aquella de administrar su riqueza de acuerdo a su nueva condición de nacidos del espíritu. El rico tiene una oportunidad que otros no tienen, puede dar cosas materiales y ser generoso con el prójimo y sus hermanos, estando en condiciones de satisfacer diversas necesidades. Dios es bueno y bendice a través de algunos ricos a su iglesia.
Uno de los graves errores que un rico suele cometer, es convertirse en arrogante y orgulloso, pensando que su riqueza lo sustenta todo. Es terrible ver cómo en el transcurso de la vida la historia se repite: las riquezas son acumuladas solo para el mal de sus poseedores, las cuales se pierden en malas ocupaciones y no representan seguridad para los hijos (Eclesiastés 5:13-14).
El creyente rico debe verse como instrumento de Dios, quien no solo lo escogió para ser su hijo, sino para ayudar a otros con medios materiales. El Señor le regala la oportunidad de construir un tesoro para el mundo venidero.
Pero en cuanto a la riqueza para con Dios no existe diferencia entre ricos y pobres, pues lo material que los separa en el mundo terrenal es suplido por lo espiritual que los une en el mundo celestial: las maravillosas riquezas espirituales que Dios prodiga a sus escogidos.
Si las riquezas no son usadas para hacer el mayor bien posible, en verdad no tienen ningún valor, aunque se las valore como inmensas. Las riquezas como vienen también desaparecen, por dicho motivo el proverbio nos pregunta y también responde: ¿Has de poner tus ojos en las riquezas, siendo ningunas? Porque se harán alas, como alas de águila, y volarán al cielo (Proverbios 23:5).
Por lo tanto, el creyente rico no debe preocuparse ni ocuparse en cómo hacer mayores riquezas, sino en cómo usarlas de la mejor manera posible, pues Dios muy probablemente seguirá proveyendo.
Vivir con comodidad y holgura está bien y es deseable, pero no es lo más relevante de la vida. La riqueza que debemos buscar es la abundancia de la palabra de Cristo en nosotros. Es menester que entre hermanos creyentes nos enseñemos y exhortemos los unos a los otros en toda sabiduría. Cantemos al Señor en nuestros corazones por las riquezas espirituales que nos regala, hagámoslo con salmos, himnos y cánticos espirituales (Colosenses 3:16).
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.