Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Mateo 16:17 RVR1960
Queridos amigos, es interesante observar cómo los adolescentes se enamoran de algún personaje de moda para irse desencantando en la medida en que van madurando.
Son capaces de asegurar que le amarán de por vida y en un momento dado darían cualquier cosa con tal de conocerle y compartir tan solo un saludo o unas cuantas palabras, soñando con sellar un emocionante encuentro con una foto y un autógrafo para la posteridad.
De igual manera hay quienes tienen un amor pasajero por Dios, al estilo adolescente. Son personas con una reacción de corta duración ante un estímulo fuerte, como podría ser un milagro de la época de Jesús o una enfermedad, que lleva a despertar una necesidad creada, entonces buscan tener una relación con algún poder superior. Una vez pasado el efecto o trauma esa convicción desaparece, retornando la persona a la normalidad con la misma rapidez con la que se emocionó.
Tenemos ejemplos contundentes en la historia, en muchas ocasiones Jesucristo realizó grandes milagros, y ni los beneficiados ni los presentes dudaron de la realidad de lo ocurrido, sabían que un poder sobrenatural estaba presente, sin embargo no cayeron rendidos a los pies de Cristo Jesús reconociéndole como su Señor y Dios.
Jesús sembraba su santa Palabra y la semilla caía en todas partes y muy poco en tierra fértil. Recordemos la parábola del sembrador (Mateo 13:1-9) donde la semilla solo da fruto en abundancia cuando cae en buena tierra. Los corazones de la mayoría que seguía a Jesús no eran tierra fértil, porque no habían sido preparados por Dios.
Pedro, el apóstol, habló por sí mismo y en representación de sus condiscípulos, estaba seguro de que nuestro Señor Jesucristo era el Mesías prometido, no le cabía la menor duda, se trataba del Hijo del Dios vivo.
Dicho conocimiento no era de carácter natural, Pedro podía realizar tal declaración porque había recibido ojos para ver y oídos para oír espiritualmente. De otra manera habría sido imposible para su raciocinio humano discernir la divinidad de Jesús con tal seguridad.
La participación de Dios con su poder es imprescindible para que el ser humano pueda reconocer genuinamente en su corazón la deidad y el señorío de Jesucristo. El hecho de que Jesucristo resucitó de entre los muertos resulta para muchos una situación inverosímil, muy difícil de creer y aceptar, sin embargo, para quien ha sido bendecido con el don de fe, lo acepta como un maravilloso milagro, necesario para el cumplimiento del plan perfecto del Padre celestial.
Las palabras de Jesús confirman la participación del Dios Padre para conseguir el pleno convencimiento de Pedro, al decirle “bienaventurado eres” le estaba diciendo que era un hombre inmensamente bendecido por haber recibido la revelación directa del Padre celestial.
Es posible que Pedro hubiese podido aceptar la deidad de Jesucristo recibiendo ese conocimiento de boca humana, carne y sangre, especialmente por lo vivido en los días terrenales de Jesús, pero solo habría sido resultado de las evidencias físicas, es decir una fe intelectual, la cual no lleva a creer de manera genuina como lo hace la fe verdadera que viene de Dios.
Sin la participación activa del Padre no es posible creer que el Hijo es mucho más que hombre. Si bien la fe llega por el oír el Evangelio, el evangelista no tiene ningún poder para conseguir que el evangelizado crea, el don de fe solo puede venir de Dios y únicamente Él es quien bendice a los que creen.
Por tal motivo se ve mucha gente en el mundo cristiano, que afirma estar bendecida por Dios y que no muestra señal de anhelar vivir para Su gloria, de serle obediente y someterse realmente al señorío de Jesucristo. Son carentes del don de fe genuina, que viene del Dios Padre.
Anhelo en mi corazón muchas bendiciones para ustedes, tengan un buen día caminando con el Señor.