Para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Mateo 5:45 RVR1960
Queridos amigos, la Biblia explica que la raza humana es producto de la creación de Dios. Por lo tanto, todos los humanos somos criaturas de Dios.
De igual manera enseña que no todas sus criaturas se convierten en hijos de Dios, pues los hijos son aquellas criaturas de Dios que atraviesan por el nuevo nacimiento por la gracia de Dios y gracias al poder del Espíritu Santo.
El versículo que antecede a nuestro versículo del día nos da la pauta para entenderlo en el sentido en que fue escrito: Pero yo les digo: Amén a sus enemigos, bendigan a los que los maldicen, hagan bien a los que los aborrecen, y oren por los que los ultrajan y los persiguen (Mateo 5:44).
Nos es familiar el famoso dicho “de tal palo tal astilla”, el cual alude a las semejanzas entre padres e hijos, indicando que los hijos se parecen a sus padres en comportamientos, educación, actitudes, forma de ser, gustos, línea de pensamiento, entre otros.
Los hijos de Dios deben asemejarse a su Padre celestial para poder ser reconocidos como tales. El apóstol Pedro les recuerda a los creyentes, “así como el Dios Padre que los llamó es santo, ustedes también sean santos en toda su manera de vivir, porque está escrito: Sean santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:15-16; Levítico 11:45).
La Escritura nos manda a los creyentes a ser como nuestro Señor y salvador, debemos ser un reflejo adecuado de Él. Jesús nunca pecó, mantuvo su condición de santidad de comienzo a fin, la cual puso como ejemplo a seguir para todos los nacidos de nuevo.
Jesucristo en su santidad no odia a sus enemigos, más bien los ama; a quienes lo maldicen no los maldice ni les quita sus bendiciones. Cristo Jesús no deja de hacer el bien a los que lo aborrecen, y nos enseña cuán importante es orar por los que persiguen y ultrajan a los nacidos de nuevo.
Entonces los creyentes verdaderos debemos seguir Su ejemplo de santidad, bondad, amor, humildad, mansedumbre, entre varios otros atributos, demostrando con nuestro comportamiento, que no solo somos sino que también nos vemos como genuinos hijos de nuestro Padre que está en los cielos.
El deber del hijo de Dios es ser como su Padre, debe brindar toda bondad genuina a su alcance a todos, incluida aquella bondad de orar por las almas. Está llamado a devolver bien por mal, sustentado en el principio del amor que Dios promueve y defiende.
El nacido de nuevo tiene el deber de buscar la santidad, y puede conseguirlo porque cuenta con la bendición de gracia. Así como un buen padre espera lo mejor de sus hijos, el Dios Padre espera que sus hijos apunten a ser cada vez mejores seguidores de Jesucristo.
Dios no hace acepción de personas, envía lluvia y hace brillar el sol para justos e injustos. De igual manera los cristianos verdaderos deben demostrar bondad, misericordia y amor con conocidos y desconocidos, con amigos y enemigos.
De ninguna manera los méritos de los otros deben ser puestos en la balanza para determinar si son merecedores de un mejor trato o no, el creyente debe simplemente actuar como lo hizo Jesús: Él oro por aquellos que lo colgaron en el madero, pidiendo perdón y bendición para ellos. Tuvo suficientes motivos para odiarlos y maldecirlos, pero no dejó de amarlos ni un solo momento.
No se trata de sentimientos, de cuánto me gusta o me disgusta, se trata de esforzarse por actuar siguiendo el ejemplo de nuestro Señor, amando a nuestro Padre celestial con todas nuestras fuerzas, corazón y alma.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.