Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte. 2 Corintios 7:10 RVR1960
Queridos amigos, ya lo dijo nuestro Señor Jesucristo, vivimos en un mundo de tribulación plagado de tentaciones, que primero te conducen a pensar que obtendrás algo bueno, pero que al final terminan en dolor y tristeza.
Estamos pasando por tiempos cada vez más turbulentos. Así como las turbulencias zarandean a un avión en pleno vuelo, la gran tormenta de iniquidad que se cierne sobre la tierra, acompañada por vientos de maldad, sacude nuestras almas.
El adversario anda alrededor como león rugiente buscando a quien devorar. A este hay que resistir manteniéndose firmes en la fe. Los ataques y la resistencia generan padecimiento, pero el gran consuelo es que no somos los únicos ni estamos solos (1 Pedro 5:8-9).
Observamos que el pecado está tan a flor de piel como el aire que respiramos, está tan a la mano que resulta extremadamente fácil servirse de él. Estamos rodeados de nubes oscuras de tormenta peligrosísimas y las olas del mar embravecido de pecado amenazan con ahogarnos. Y al parecer la tormenta está arreciando aún más en estos nuestros tiempos.
La esclavitud del pecado, es decir el total sometimiento que tiene el hombre natural al dominio del pecado, hace que muchos ni siquiera se sonrojen cuando son pillados infraganti delante de su transgresión. Algunos pasan por un momento de vergüenza y se entristecen por haber sido descubiertos, pero después se rearman para justificar sus acciones y continuar con su estilo de vida.
Ese es el arrepentimiento según el mundo. La gente no sufre por sus pecados, sino por las consecuencias que estos acarrean. Por ejemplo, el hecho de haber pecado de adulterio no los lleva a decir herí la santidad de Dios, porque Dios no existe dentro de su ecuación. Pero si son sorprendidos por la pareja se derrumban, lloran y piden perdón, porque temen las pérdidas de una separación, pero no tienen ningún temor de Dios.
La otra cara de la medalla es el arrepentimiento según Dios. Se trata de una tristeza que lleva a pedir perdón por el pecado, sabiendo a consciencia plena que lo que menos se quiere es pecar, porque el pecado representa una tremenda agresión a la santidad de Dios. El creyente arrepentido sabe que debe asumir las consecuencias de su pecado y no deja de buscar a su Señor y Dios ante el dolor.
El arrepentimiento según el hombre no representa un cambio de vida radical, puede generar cambios, que suelen ser parciales y/o temporales, pero la forma de pensar se mantiene, pues ese arrepentimiento no cambia la mentalidad ni los afectos.
En tanto que la tristeza según Dios conduce al arrepentimiento genuino y a un cambio de conducta orientado hacia el seguimiento de la verdad y la justicia del cielo. Para que esto ocurra es imprescindible el nuevo nacimiento espiritual, a fin de que los deseos de la carne mengüen y los impulsos del corazón sigan aquello que el Espíritu quiere.
Tenemos dos ejemplos en la Palabra que grafican ambos extremos. Por una parte está Pedro, quien pasa por arrepentimiento y vemos que termina su vida completamente dedicado a Dios. Al otro extremo está Judas, quien se arrepiente de su traición y termina quitándose la vida, porque está sin Dios.
Preguntémonos si tenemos tristeza según Dios a según el mundo. Que Dios tenga misericordia de nosotros y nos bendiga con su bendita gracia.
Les deseo un día muy bendecido.