Más os he dicho, que aunque me habéis visto, no creéis. Juan 6:36 RVR1960
Queridos amigos, el hombre natural tiene ojos para ver únicamente lo natural, lo físico y palpable de este mundo.
Si sus facultades visuales fueran mayores como para poder ver las cosas espirituales entonces quizás estaría dispuesto a iniciar una relación verdadera con Jesucristo.
Por dónde Jesus caminaba era posible verlo, no solamente en su presencia física, sino en los actos de su vida diaria. Pero su público al no tener ojos para ver no podía apreciar su majestad de Rey de reyes y menos entender de la absoluta ausencia de pecado en su vida terrenal.
Le había dicho a su audiencia, que a pesar de haber visto su obra de maestro, de haber recibido increíbles enseñanzas, de haber presenciado milagros, de haberlo visto hablar y obrar con autoridad suprema, no creían en Él.
¿Cuánto más debía hacer para que finalmente crean en Él? Jesús estaba esperando una respuesta, que sabía que no iría a recibir, porque para el hombre natural es imposible darla en su propia fuerza, incluso cuando se anima a decir “sí”, termina por ser un “no”.
El rechazo está arraigado en el corazón del hombre natural. Jesús mismo, el Dios encarnado, estaba delante de ellos, ¿qué revelación mayor se podría pedir? El Señor no actuaba selectivamente, pues el que quisiera podía acercársele, nadie podía haber dicho “yo me quedé sin la oportunidad”.
La gran mayoría rechazó a Jesús. Tuvieron la más clara presentación del evangelio, que se puede tener, pero a pesar de ello, decidieron ignorar lo oído, porque su voluntad era contraria a las cosas de Dios, como también es la voluntad de los hombres de todos los tiempos. Su libre albedrío los conduce a perdición.
Cuando el evangelio obra nadie es hallado en condición aceptable, en realidad su condición es lamentable. Nadie que recibe el poder del evangelio está dispuesto a ser salvado como es la salvación en su profundidad, porque todavía no entiende de santidad, ni de humillación o de morir a sí mismo.
Solo a través del poder del Espíritu Santo el hombre puede comprender la dimensión de su pecado y descubrirse tremendamente culpable. Llega a entender el grave peligro al que estaba sometido y que gracias al don de gracia que le fue otorgado por el Dios Padre el peligro ya pasó.
Comprende que la solución a su gravísimo problema de pecado radica en la muerte sacrificial y sustituta del Señor Jesucristo. Todo es gracias al maravilloso poder de Dios en acción, todo es para Su gloria. El hombre no tiene gloria alguna en el proceso de salvación, incluso cuando cree haber aceptado a Jesucristo por iniciativa propia es obra de Dios.
Entiende qué significa ser siervo de Cristo y la obediencia que le debe a su Señor. Discierne que todo lo que proviene de Dios es bueno y perfecto, y que su deber es oír, aprender y obedecer. Está completamente dispuesto a someterse al señorío de Jesucristo, cree con firmeza que ahora es su siervo y por tanto, debe servirle.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.