Y les dijo: Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal. Lucas 11:2-4 RVR1960
Queridos amigos, mientras leía la enseñanza del Señor de cómo orar, se me pasaron por la cabeza ideas relacionadas con la actitud de las personas durante estos tiempos complicados comparada con la de tiempos normales.
Observo cómo la gente vive pegada a su celular esperando ver noticias nuevas, viendo y reviendo más de lo mismo. Se entretienen con los mil y un chistes, que si se lo piensa bien es una burla de las miserias de la gente, y según muchos es mejor reír que llorar.
Me preguntaba si los que dicen creer, entienden lo que significa santificar el nombre de Dios y su implicancia para el hombre. Sin embargo, repiten “santificado sea tu nombre” en sus rezos. Dios quiera en su misericordia que en algún momento busquen la santidad.
De igual manera piden que venga su reino, pero, ¿en verdad querrán tener el reino de Dios acá? Porque si la santidad resulta repelente por sus exageradas demandas, ¿cómo será vivir en un reino donde deban alabar todo el tiempo?
Dicen hágase tu voluntad, pero mejor si la mezclan con la suya. El hombre natural no está dispuesto a someterse a la voluntad de Dios, pues se cuestiona mucho sobre los actos de Su voluntad y se le hace cuesta arriba comprender que no hay injusticia en Él. Cuán diferente sería el mundo si todos estuviéramos sometidos a la voluntad perfecta del Creador.
Jesús nos enseña a pedir lo estrictamente necesario, todo lo contrario a la enseñanza del mundo consumista. Él solo pide para los alimentos del día, pues cada día nuevo trae su propia preocupación. Pero no obstante de tremenda enseñanza el afán por las cosas del mundo reina en los corazones y las personas viven preocupadas por el mañana en una suerte de desazón.
Y perdóname por mis pecados Señor, porque habrá quienes me juzguen por escribir este comentario. Cuánto no quisiera ver a mi prójimo humillado ante ti mi Señor, pidiéndote perdón por sus pecados, diciéndote “ahora me puedo arrodillar delante de ti Padre, porque ya perdoné a quienes debía de perdonar”.
Debemos clamar al Padre celestial para que nos libre de mal, no solo de aquello que a ojos vista es malo, sino del mal que por la dureza de nuestro corazón no podemos identificar. Que nos de ojos para ver y oídos para escuchar para tener discernimiento ante las acechanzas del maligno.
Y que nos libre de tentación. Pues tanto el afán como la preocupación son males fatales para el alma, para el corazón y para el interrelacionamiento entre las personas. ¿Pero cómo no estar afanoso y preocupado si no se tiene a Jesucristo en el corazón? Tenga Dios misericordia y nos bendiga con su gracia (Lucas 12:25-27).
El hombre natural no suele tener la capacidad de dominar sus impulsos, por lo menos ante el afán y la preocupación. El afán es una muestra de no tener prioridades claras en el sentido espiritual, que es lo que hace que la vida sea completa, y la preocupación es porque no se tiene la confianza puesta en el Señor (Lucas 12: 29-30).
Finalmente debo decirles a aquellos que no conocen a Cristo, que a pesar de los tiempos difíciles, los creyentes tenemos gozo y paz en el corazón, gracias a las bendiciones de Dios. Nos gozamos en el Señor, nos regocijamos en su palabra escrita, en su ley, en sus mandatos, en sus maravillas, en su gracia y misericordia. Debemos ser pacientes y prudentes y si nos pasara algo sabemos que su voluntad es perfecta, y que Él en su soberanía siempre sabe qué es lo mejor, lo bueno, lo perfecto, lo justo. Busquemos el reino de Dios. Aleluya mi Señor, ven pronto.
Les deseo un día muy bendecido.