Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Mateo 12:36 RVR1960
Queridos amigos, existe un conocido dicho que dice «hablar no cuesta».
En función a lo que nos dice Jesús, el dicho antes mencionado sería una total falacia, porque nos dice que todo lo que hablemos por demás o de manera inútil tendrá un castigo en el final de los tiempos, por lo tanto hablar sí tiene un costo.
Jesús nos pone ante una situación tremendamente difícil porque estamos muy acostumbrados a decir lo que se nos viene a la mente, especialmente cuando nos encontramos en nuestro espacio de confort.
Sin duda hay cosas que decimos sin darnos cuenta, especialmente cuando nos encontramos fuera del marco convencional, hablamos sin sopesar mayormente las consecuencias y esto muestra nuestro verdadero carácter.
En nuestro diario vivir nos movemos en dos ámbitos el público y el privado. En el primero solemos cuidar nuestras palabras, hablamos de forma medida y tratamos de mostrar nuestro mejor lado, sin embargo no hay garantía de que en el ámbito privado seamos tan diplomáticos, especialmente cuando nos acompaña el enojo unido al descontrol, es entonces cuando despotricamos mostrando un espíritu de mal genio.
Hay otro dicho que dice «es mejor que te hieran con hierro que con palabras», la herida proveniente del hierro sana pronto, la que proviene de las palabras hiere el alma y sana lento. Una vez que se ha lanzado una palabra de ofensa, nada logrará que ésta se pueda revertir.
Infinitamente ciertas y sabias son las palabras de nuestro Señor Jesucristo, «porque de la abundancia del corazón habla la boca» (Mateo 12:34). El estado del corazón es el que determina lo que uno habla, el corazón es por así decir la fuente de donde fluyen aguas dulces cuando está limpia o aguas amargas cuando está contaminada.
Quien puede cambiar el corazón es solo Dios, Él tiene el poder para darnos un corazón renovado, Él es quien puede transformar corazones de piedra en corazones de carne.
Necesitamos arrepentirnos y convertirnos para que Dios siga obrando, primero convenciéndonos de pecado y después para dar curso a una vida alejada del pecado.
La conclusión es que sólo el convertido será perfeccionado por Dios (Filipenses 1:6) de tal manera que de su corazón fluirán palabras de bien solo y únicamente a través de la obra redentora de Jesucristo.
El corazón en penumbras es el que lleva a pecar, de ahí salen las malas palabras que deshonran a Dios, mientras que el corazón iluminado por la luz de Cristo lleva a hablar palabras acordes a Su pensamiento.
Las palabras amargas son siempre piedra de tropiezo para el prójimo, crean odio, rencor, ira y golpean más duro que un martillo, en tanto que las palabras dulces suavizan lo áspero, alegran el corazón y son un aliento para continuar adelante en este mundo de tribulación.
Les deseo un gran día y muy bendecido.