Y sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ese oye. Juan 9:31 RVR1960
Queridos amigos, puesto que no hay justo, ni aún uno (Romanos 3:10) y puesto que nadie es bueno, sino solo uno, Dios (Marcos 10:19), podemos concluir que, en principio, Dios no oye a ningún humano.
Esta afirmación puede ser escandalosa para muchos, quienes, a pesar del tipo de vida que llevan, afirman ser fieles de Dios, pues no llegan a ver el peligroso alcance de su pecado.
Se trata de un dios hecho a medida, que actúa según los límites que cada uno pone en su mente. Se me viene a la mente una escena durante una pelea doméstica común donde se utiliza a dios como cómplice justiciero. Después de haber pecado usando de escarnio, insulto y griterío el agresor sentencia, en una suerte de maldición, que su dios será quien finalmente juzgue al agredido, sin pensar en sus propios pecados.
Si bien las cosas de Dios no se manejan bajo términos de la lógica humana, la coherencia de sus hechos es infinita. Así como no se puede mezclar agua y aceite tampoco se puede disolver el pecado con santidad. Dicho en otras palabras la santidad de Dios no puede generar ni siquiera un acercamiento distante con el pecado del hombre natural.
Nos parece lógico que una persona de bien, según el mundo, no quiera escuchar a malhechores, entonces se puede también entender por qué Dios no escucha a los pecadores. Los malhechores rompen la ley del hombre y eso no condice con la línea de la persona de bien. De igual manera el hombre natural quiebra la ley de Dios y eso no condice con la santidad del Santísimo.
No hay nada en los pecadores que Dios pueda ver como para decidir escuchar a alguno de ellos. Si no fuera por su maravilloso atributo de misericordia, la misericordia es inherente a Dios, el hombre natural jamás tendría la menor oportunidad de que Dios se le acerque o le escuche.
Recuerdo la escena final de una película de pistoleros donde el malo finalmente está a punto de ser ajusticiado, se lo ve totalmente sometido y tiene delante de sí el arma letal del bueno dispuesta a ser disparada. Sabe de su maldad y de su merecido castigo, sin embargo, desesperadamente pide clemencia, se cumple el máximo deseo del bueno y en justicia le da el balazo de la sentencia. El público sale feliz del cine, pues se obró justicia, el malo merecía morir, incluso en peor muerte.
La condición del hombre natural a los ojos de Dios es la del malo de la película, pues según la justicia divina todos merecemos morir como viles pecadores que somos. La paga del pecado es la muerte (Romanos 6:23), pero no la muerte física, sino la muerte eterna.
Como nada hay en el hombre natural que pueda agradar a Dios, Él, por amor a sí mismo, decide obrar misericordia, a través de la cual se acerca al hombre para bendecirle con gracia y permitirle conocer en verdad a Cristo Jesús.
La misericordia de Dios es de inmedible valor para los pecadores que se benefician de ella. Nadie sabe decir cómo funciona ni cómo llega, pero los resultados son evidentes, pues los ciegos y sordos espirituales empiezan a ver y a oír. Los nuevos ojos y oídos dan lugar a reconocer lo que se era en el pasado, un mundano dedicado a una vida sensual, y también permiten discernir la nueva forma de vida a seguir, es decir, vivir en obediencia y bajo el temor de Dios.
Sin la misericordia el don de gracia y la cruz de Jesucristo no se harían efectivos en la vida del hombre natural para ser convertido en espiritual, en consecuencia no será posible ser agradable a Dios, tampoco se querrá hacer su voluntad, por lo menos no de manera genuina, y menos se querrá vivir bajo su temor.
Pero los bendecidos con misericordia, los convertidos por gracia, aquellos que creen en Jesucristo como su Señor y salvador, que han nacido de nuevo y tienen un corazón verdaderamente arrepentido, son también quienes anhelan vivir bajo el temor de Dios, haciendo su voluntad.
Esos son oídos por Dios, siempre y cuando pidan según Su voluntad.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.