Dulce será mi meditación en él; Yo me regocijaré en Jehová. Salmos 104:34 RVR1960
Queridos amigos, conozco personas que antes de iniciar sus actividades diarias se toman un tiempo para hacer algunos ejercicios de meditación con el propósito de conseguir un día equilibrado y bueno.
Muchos, cuando escuchan la palabra meditar, piensan de inmediato en las religiones orientales, donde se supone que están las personas más avanzadas espiritualmente. Es así cómo nos ha vendido el mundo la espiritualidad, nos lleva a admirar hazañas tales como la de un monje tibetano que tiene tal dominio de sí mismo, porque es tan espiritual, que puede calentarse en el invierno del Himalaya mirando una fogata a la distancia.
Se nos enseña que la meditación es una práctica para entrenar la mente a fin de conseguir estados de relajación, promover la construcción de energía interna o de algún tipo de fuerza. Se supone que a través de la meditación se puede conseguir ser más amoroso, compasivo, paciente, perdonador y generoso, sin embargo, su fin más atractivo es lograr un estado constante de bienestar.
Los monjes budistas realizan prácticas de meditación que tienen como objetivo obtener un estado de paz total a través del control de las emociones y los pensamientos, que supuestamente los llevan a estados mayores de espiritualidad.
Por otra parte está la meditación que se menciona en la Biblia, se trata de una reflexión íntima que se hace en silencio “rumiando” la Palabra de Dios, sus preceptos y enseñanzas.
El cristiano tiene una base sólida sobre la cual puede y debe meditar, en Josué 1:8 la orden de Dios es clara: “de día y de noche meditarás en este libro (de la ley) para que guardes y hagas todo lo que está escrito en él, entonces harás prosperar tu camino”.
El resultado de la meditación del cristiano es regocijo, porque comprende que la Palabra de Dios es buena y santa y todo lo que Dios tiene para decirnos es justo y perfecto.
Quien tiene la dicha de meditar en Su Palabra termina siempre regocijándose en la gracia y misericordia del maravilloso Creador.
La verdadera vida espiritual comienza cuando somos regenerados en espíritu por obra del Espíritu Santo una vez justificados de nuestros pecados gracias a la expiación de Jesucristo en la cruz del calvario. Si todos estamos muertos en delitos y pecados (Efesios 2:1), es decir sin vida espiritual, ¿cómo es posible que muchos hablen de espiritualidad verdadera sin haberse beneficiado ni de la gracia de Dios ni de la cruz de Jesucristo?
Los que meditan en Él son bendecidos con dones como el gozo y la paz, por tanto, no es necesario que se distraigan en procesos mentales que no hacen otra cosa que alejarnos del Dios verdadero.
El Señor promete que por haber iniciado la buena obra en el nacido de nuevo le perfeccionará (Filipenses 1:6), por tanto, el convertido será conocido por sus frutos, los cuáles se irán mostrando como consecuencia de su crecimiento espiritual, que a su vez también conlleva meditar en Dios.
En vez de perseguir la espiritualidad al estilo del mundo el creyente debe andar en el Espíritu, es decir guiado por el Espíritu, buscando estar lo más lejos posible de los deseos de la carne, porque éstos son contra el Espíritu. Debe alejarse de las obras de la carne para estar bendecido con el fruto del Espíritu (Gálatas 5:16-23), que es maravilloso y que cualquiera en su sano juicio quisiera tener.
La búsqueda del bienestar y la paz es y ha sido una constante para el hombre natural y lo que ha conseguido hasta ahora son meros paliativos.
Tanto el no creyente como el convertido viven en el mismo mundo de tribulación, pero la diferencia entre ellos se encuentra en que sobre el creyente obra el poder de Dios y por ello el cristiano puede estar atribulado, pero no angustiado, quizás en apuros, pero no desesperado (2 Corintios 4:8).
Esa es la forma de vida que tiene el nacido de nuevo, la cual está plenamente sustentada en el poder de Dios. ¿Podemos comprender por qué el cristiano se regocija en Jehová cuando medita sobre su Palabra?
Les deseo un día muy bendecido.