El entendido en la palabra hallará el bien, Y el que confía en Jehová es bienaventurado. Proverbios 16:20 RVR1960
Queridos amigos, solemos ser más rápidos con la boca que con los oídos. Nos encanta dar respuestas rápidas y mejor aún si son contundentes.
Sin embargo, la sabiduría humana, habiendo asimilado la sabiduría de Dios, pregona que hay que saber escuchar, pues quien escucha está mejor preparado para una comunicación eficaz y exitosa. Algunos hablan del arte de saber escuchar.
No solo el hecho de dejar hablar al resto es un signo de respeto, sino también el demostrarles que son importantes, aunque a nuestro criterio solo hablen cháchara, pues toda persona es digna de consideración.
Es de suma importancia que tu interlocutor se sienta respetado. Si inviertes más tiempo en escuchar, tendrás más tiempo para pensar tu respuesta, y quién sabe ya no responderás lo mismo, lo cual puede ser de gran ventaja.
Ahora bien, cuando la Palabra te dice que escuches, se está refiriendo a prestar atención a las cosas buenas, y para ello es preciso conocer la diferencia entre lo bueno y lo malo.
La Palabra escrita de la Biblia es una comunicación de Dios para quienes desean escucharlo. Él nos habla desde la Escritura y depende de nosotros cuánta atención le prestamos para comprender y asimilar el mensaje.
Para leer la Biblia se requiere de una escucha activa, pues es necesario prestar mucha atención a lo que el Señor tiene para decirnos. Pero no sólo se trata de escuchar sino de tener la enseñanza presente en el momento de aplicarla, es decir no abandonar la instrucción recibida.
Aquel que consiga escuchar de buena manera lo que Dios tiene para expresarle, terminará siendo entendido en la Palabra, y, por tanto, hallará el bien, pues es Palabra divina llena de sabiduría que viene de lo alto.
A diferencia del arte de saber escuchar con oídos físicos, para escuchar a Dios se requiere de oídos espirituales. Como parte de su maravillosa gracia, el Padre celestial mune a sus escogidos de ojos y oídos espirituales, que le permiten ver y escuchar cosas espirituales.
Si no se tiene oídos espirituales no se podrá (y tampoco se querrá) prestar atención a la Palabra como para anhelar hacer el verdadero bien. Pero para eso es indispensable nacer de nuevo y haber vivido el proceso por el cual todo creyente genuino debe atravesar para terminar en el camino de santidad.
En este caso no solo se trata de escuchar sino también de confiar. Pues si la escucha no está ligada a la confianza plena en el poder, amor, bondad, justicia, verdad, etc. de Dios, no será eficaz y quedará en un bonito discurso sin mayor efecto.
Solo si se confía en alguien se le puede seguir. Pero de ninguna manera es una confianza como la que se puede tener en el orador o político de moda, quienes además suelen fallar. Se trata de creer depositando toda la confianza en el único ser digno de confianza, que es nuestro Señor Jesucristo. Es una confianza única, que está íntimamente vinculada al don de fe verdadera, que es de carácter irrevocable.
La suma de confiar y escuchar espiritualmente tiene resultados maravillosos, pues sus dos excelentes frutos son el bien y la bienaventuranza o felicidad.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.