Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, Juan 17:9 RVR1960
Queridos amigos, de tal manera amo al mundo Dios, que envió a su Hijo unigénito para que todo aquel que en Él cree, no se pierda y tenga vida eterna (Juan 3:16). Y de pronto nos encontramos con un versículo que dice que “no ruega por el mundo”. Parece una contradicción, pero no lo es.
El término mundo se refiere a la humanidad incrédula. Existe suficiente evidencia de que los que más debieron seguirlo y creer en Cristo Jesús, lo rechazaron, y el resto de igual manera. El apóstol Juan escribe: a lo suyo vino, y los suyos no le recibieron (Juan 1:11).
El pueblo enardecido pidió que fuera crucificado: “pero todos ellos gritaron a una, diciendo: ¡Fuera con éste, y suéltanos a Barrabás!” (Lucas 23:18). “Y toda la ciudad salió al encuentro de Jesús; y cuando le vieron, le rogaron que se fuera de su comarca” (Mateo 8:34). Por donde se mire se encuentra el rechazo hacia Jesucristo.
Alguno podría decir: “pero si yo no rechazo a Cristo”, y se podría encontrar ante la pregunta: “¿estarías dispuesto a morir por Él?” A esto el apóstol Pablo responde: “Porque a duras penas habrá alguien que muera por un justo, aunque tal vez alguno se atreva a morir por el bueno” (Romanos 5:7). El hombre natural no está dispuesto a dar su vida por alguien que no conoce, si a duras pena la daría por alguien que conoce.
La única forma de conocer a Dios es a través de la obra del Espíritu Santo sobre el pecador. Solo y únicamente a través de la regeneración del espíritu muerto en delitos y pecados el hombre natural es traído a vida nueva (Efesios 2:1) y puede iniciar una relación con Dios con sus sentidos renovados para ver y oír espiritualmente. “El Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque ni le ve ni le conoce, pero ustedes sí le conocen porque mora con ustedes y estará con ustedes” (Juan 14:17).
Jesús llama, pero sin el poder del Espíritu Santo que transforma el corazón endurecido nadie respondería. En otras palabras cada convertido es un regalo de Dios para Jesús, es uno más que se suma a su Iglesia, porque Dios se lo entrega.
Aquellas almas que Dios le da a su Hijo, son compartidas, pues pertenecen tanto al Hijo como al Padre. Ellos son míos y los míos son también tuyos. Esto demuestra la unicidad entre Padre e Hijo. Si alguien dice amar a Dios y no reconoce a Jesucristo como su Señor, en verdad ama a otro dios.
El gran sumo Sacerdote Jesucristo ruega por los suyos en oración, por aquellos que el Padre celestial le dio. A los ojos del mundo no son nada especiales, pero para Jesucristo son su familia amada. Cristo los cuida, los protege, los sana, los guía, les enseña y también los disciplina.
Y esos hijos de Dios, que son los seguidores genuinos de Cristo, le dan gloria y honra, pues el mundo no le conoce; y solo ofrece rechazo con una actitud rebelde hacía quien, más bien, deberían adorar.
El Buen Pastor ora por sus ovejas, pidiendo a su Padre que le ayude a cuidarlas, Él se iba pronto y necesitaba asegurar su buen cuidado.
Dentro de su misma oración fue explícito al manifestar que no estaba rogando solamente por los discípulos que le seguían en ese momento, sino también por los que habrían de creer en Él por la palabra de ellos y de los que vendrían después (Juan 17:20).
Nadie que haya sido llamado es digno, y los llamados saben de su total indignidad. Jesucristo murió por los que el Padre le entrega, y aquellos que son entregados saben que pertenecen al Padre y al Hijo, y que tienen el maravilloso privilegio de haber recibido la herencia de gracia.
Les deseo un día muy bendecido.
Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.