Y todo Israel, desde Dan hasta Beerseba, conoció que Samuel era fiel profeta de Jehová. 1 Samuel 3:20 RVR1960
Queridos amigos, el dicho “desde Dan hasta Beerseba” se utilizaba para indicar los extremos de la tierra prometida de norte a sur, dando a entender que se refería a toda la tierra habitada por los israelitas.
Si desde Dan hasta Beerseba se había difundido que Samuel había sido llamado para ser profeta, se suponía que el pueblo entero estaba al tanto de la noticia.
Un profeta en términos bíblicos es un heraldo o anunciador de Dios, proclama o declara los mensajes recibidos por mandamiento de Dios con la autoridad que le es conferida desde lo alto. Una de las evidencias de que se trata de un verdadero profeta es el cumplimiento de sus mensajes.
La palabra de Jehová escaseaba en Jerusalén, el centro espiritual de la nación israelita, a causa del pecado que bloqueaba la revelación de Dios. El sacerdote Elí fue ignorado por Dios, pues Él prefirió darle un mensaje al niño Samuel. No necesariamente los mayores más experimentados en la posición de relevancia son tomados en cuenta por Dios, porque Él actúa en función de la fe, y no así por la edad, la experiencia, el rango o el cargo.
Elí se había dedicado al servicio sacerdotal durante toda su vida, sin embargo, había descuidado su propia casa, teniendo como consecuencia dos hijos muy poco dignos de Jehová. El pecado de este par de impíos no podía ser expiado mediante sacrificios, ellos debían ser castigados.
Cuando Dios le habló al niño Samuel le puso en claro el pecado vergonzoso de los hijos de Elí, le indicó sobre la necesidad de reprenderlo por su negligencia y del juicio que recaería sobre ellos. Como niño tenía un alto respeto por la autoridad de Elí, al parecer el cometido dado por Dios le causó tal dolor, que lo tuvo sumido en muchos pensamientos, al extremo de no haber pegado ojo durante toda una noche.
Samuel le anunció con máxima delicadeza a Elí lo que Jehová le había manifestado: Su casa sería juzgada para siempre, por la iniquidad que él mismo Elí conocía, sus hijos habían blasfemado contra Dios y él no los había recriminado. Elí no se quejó, demostrando de esa manera su resignada aceptación del justo juicio de Dios. Además aceptó el cambio de sacerdocio con la misma actitud, se dio cuenta que Dios estaba transfiriendo el liderazgo de su persona a Samuel.
Cuánta belleza se observa en el comportamiento de las personas de Dios, la actitud de Samuel al esforzarse por no herir los sentimientos de Elí y la resignación del anciano ante tan terrible revelación, ambos seguros de que el Señor siempre actúa en y con justicia.
El cambio en el sacerdocio no fue inmediato, pues Samuel todavía necesitaba desarrollarse, pero su crecimiento en los próximos años fue notable, gracias a Dios. Elí se mantuvo como sacerdote y sus impíos hijos lo siguieron acompañando, aunque Samuel captaba cada vez más la atención del pueblo.
La presencia de Dios estaba con Samuel, se trataba de un hecho muy visible. La evidencia era clara, pues lo que Samuel profetizaba se cumplía. La casi completa ausencia de Jehová dejó de ser la tónica común en Israel, ahora se notaba Su presencia a través del cumplimiento de la palabra profética de Samuel.
Con un grado de recurrencia admirable Dios le daba a conocer su palabra a Samuel, quien se ocupaba de retransmitirla obedientemente a los pobladores de Israel. Sólo los muy cortos de entendimiento podían argumentar, que Samuel no era un profeta, porque el resto contaba con las pruebas suficientes para creer.
Dios en su sabiduría había decidido implementar la dirección profética para afrontar la seria necesidad de Israel de encausarse de nuevo. Samuel no sería una gran cabeza entre los sacerdotes, más bien había sido escogido para ser el gran profeta de su generación. Para ello había recibido un especial llamado divino.
Les deseo la bendición de gracia.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.