procurando hacer las cosas honradamente, no sólo delante del Señor sino también delante de los hombres. 2 Corintios 8:21 RVR1960
Queridos amigos, incluso cuando una persona se esfuerza por hacer las cosas con minuciosidad a fin de evitar sentencias inapropiadas sobre su honradez, no falta quien ponga en tela de juicio su honestidad.
La maldad inherente del hombre natural hace que la desconfianza sea la tónica cuando se trata de lo que la mayoría de la gente más quiere: el dinero. El amor al dinero o a los bienes terrenales es conocido como la raíz de todos los males (Timoteo 6:10) y la durísima consecuencia para aquellos que sufren de este mal, será ser traspasados de muchos dolores.
También el hombre espiritual está expuesto a tentación cuando se llega a temas relacionados con el dinero. El egoísmo es uno de los aspectos más difíciles de hacer morir para el creyente y la angurria es el pecado que acompaña, no se quiere compartir (con nadie).
Si bien el tema específico del versículo trata de la recolección de fondos para los hermanos necesitados, también es aplicable a cualquier manejo de dineros dentro de la Iglesia y en otros ámbitos. La abundancia de unos debe cubrir la necesidad de otros, ese es el trato que ha de existir entre hermanos en Cristo Jesús, y, por qué no, entre personas civilizadas.
A pesar de estar entre convertidos fue y es necesario tener las cosas claras y transparentes, especialmente las económicas. Aquellos que son los responsables de los fondos de dinero deben manejarse con extremo cuidado, manteniéndose alejados de la más mínima sospecha, haciendo rendiciones correctas y bien respaldadas. Era inteligente por parte del apóstol Pablo no manejar él mismo los recursos recibidos, especialmente porque se le podía acusar de abuso de poder, tal era la maldad de quienes desconfiaban de él.
En la época del rey Joás se realizaron obras de refacción en el templo, las cuales se financiaron a través de las ofrendas que hacía el pueblo en un arca situada a mano derecha del altar. El sumo sacerdote Joiada se ocupó de organizar el manejo de los fondos recolectados, cuando el arca se llenaba el secretario del rey y Joiada contaban el dinero y lo guardaban.
En función al avance de los gastos daban el dinero suficiente a los que hacían la obra. Lo remarcable de esta historia es que no se pidió cuentas de los fondos entregados a los encargados de la construcción, porque eran hombres honestos y dignos de confianza, pues hacían su trabajo fielmente (2 Reyes 12:4-15).
Joás fue uno de los pocos reyes que hizo lo bueno a los ojos de Dios, mientras estuvo bajo la dirección del sumo sacerdote Joiada. Se puede observar que un liderazgo justo lleva a justicia. El rey era el primer eslabón en la cadena, su secretario le seguía y así sucesivamente hasta llegar a los supervisores de obra y sus obreros, todos se mostraban fieles a la obra, a su objetivo y, por supuesto, a Dios.
Vemos que la fidelidad a Dios y el amor por Jesucristo llevan a vivir una vida de honradez. Quien ama a Dios anhela ser honesto en todo lo que hace. Ahora bien, no es casual que se hagan las cosas de manera honesta primero ante Dios y después delante de los hombres. No es posible hacerlo a la inversa porque para el creyente verdadero su principal motivación es, y debe ser, Dios.
Puede que se tenga la consciencia tranquila ante Dios, porque se está actuando en buena ley. Sin embargo, cuando no se rinden cuentas a quien corresponde, comúnmente, da lugar a pensamientos equivocados sobre la transparencia y correspondiente honestidad.
Existe el dicho popular que dice: “no solo hay que ser, sino también parecer”, el cual cae como anillo al dedo para expresar que es imprescindible demostrar el sano proceder ante aquellos que no lo saben todo, más allá de tener a Dios como testigo fiel.
Ruego al Señor para que les bendiga con abundante gracia.