Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; Los juicios de Jehová son verdad, todos justos. Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; Y dulces más que miel, y que la que destila del panal. Salmos 19:8-10 RVR1960
Queridos amigos, nos hemos puesto a pensar ¿que ponemos en primer lugar la salud, la alimentación, el descanso, usando de poco entendimiento?
La gente en su generalidad afirma que con salud todo es posible. El grave problema es que no toman en cuenta a Dios en sus pensamientos, porque si lo harían dirían que con Dios se obtiene vida de verdad, aunque no la pases tan bien en este mundo.
Las Escrituras, las cuales incluyen a los mandamientos de Dios, son el alimento indispensable para poder vivir con buena salud (espiritual) y en el reposo del Altísimo. El creyente sabe que sin la Palabra estaría perdido, pues es más importante que el aire que respira o el alimento físico que su cuerpo le pide.
De poco o nada aprovecha el pasar por este mundo si se compara con la eternidad, pues es en extremo pasajero, y para muchos demasiado doloroso. Aunque pensemos que la vida en esta tierra es bella, por experiencia sabemos que no siempre es así. Por supuesto que el hombre sin Dios necesita paliar sus miserias con pensamientos que consuelen su alma.
Sin la Palabra de Dios sería imposible recuperar al hombre de su estado caído. Y, ¿qué cosa hay que sea más importante que nacer a vida nueva para convivir con el Señor durante toda la eternidad?
La fe viene por el oír la Palabra, y la Biblia enseña que sin fe es imposible agradar a Dios, por tanto, tampoco se puede acercarse a Él sin el poder de la fe. La Palabra está para que el creyente se alimente de ella, pero antes de ser alimento, es elemento de conversión, pues el poder de la Palabra puede conducir al alma mundana en pecado hacia Dios y la santidad.
Los mandamientos como vara moral nos muestran la diferencia entre el bien y el mal, al igual que dan luz para iluminar la pecaminosidad y estado de miseria del hombre natural. Lo doloroso es que solo cuando se está con Dios se discierne la imperante necesidad de retornar a Él, mientras tanto el hombre caído no reconoce su estado de miseria espiritual.
Es una condición de ceguera espiritual, la cual pone al hombre en una posición de ignorancia, porque no conoce las Escrituras ni tiene ojos para ver su precioso valor. Pero si ese ignorante llega a creer lo que Dios dice y manda, se vuelve sabio, porque lo empieza a temer, y no hay mayor sabiduría que el temor de Dios.
De pronto se le abren los ojos para confiar plenamente en su Creador, sabe con certeza que Sus promesas serán cumplidas, aprende que su Señor es fuente viva de consolación y puede poner su esperanza de vida eterna en Él sin lugar a equivocarse.
Muchos ven a los mandamientos como inflexibles y por tanto, poco amigables. En cambio el convertido al saber de la infinita rectitud de su Dios se alegra en su corazón de tener un Dios tan puro y recto, pues sabe que Él es santo, justo y bueno, entonces llega a amar sus mandamientos.
Dios nos da el entendimiento y la inteligencia para seguir el camino del deber, y el temor del Señor marca la huella a seguir sin equivocarse, pues es un camino iluminado con la luz de la verdad y la pureza.
El oro y la miel representan todo lo más deseable de este mundo, pero son intrascendentes y temporales. En cambio el don de gracia es lo más deseable, porque es de bendición eterna. El apetito por los placeres de este mundo una vez saciado no permite disfrutar más, sin embargo, la gracia es para un disfrute eterno de los bienaventurados.
Busquemos las cosas de arriba, pues las de abajo llegan como por añadidura.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.