Me diste asimismo el escudo de tu salvación, Y tu benignidad me ha engrandecido. 2 Samuel 22:36 RVR1960
Queridos amigos, ya el primer hebreo, Abram, recibió en visión una promesa de parte de Dios, quien le aseguró que Él era su escudo, por tanto, no tenía nada de que temer (Génesis 15:1).
Al padre de las naciones, Abram, su fe le fue contada por justicia (Génesis 15:6). Este crucial hecho determinó que Dios lo galardonara con las bendiciones descritas en la Palabra, pero principalmente convirtiéndose en su fortaleza, roca firme y escudo de defensa.
Pasaron los años y David también fue escogido por Dios. David es conocido por su grave pecado a causa de su capricho con Betsabé, sin embargo, se lo conoce más por haberse mantenido más tiempo en la senda de la verdad, tuvo sus desvíos, pero nunca olvido los caminos de su Señor.
La rectitud acarrea bendiciones, como las que recibieron Abram (Abraham) y David, sin embargo, cabe resaltar que ambos hombres en algún momento se desviaron de la verdad y a pesar de ello Dios no dejó de seguir demostrando su fidelidad para con sus hijos, y gracias a Él también volvieron al redil.
De igual manera los Hijos de Dios que se separan temporalmente de la senda estrecha vuelven a encausarse, siempre y cuando sigan buscando guardar los estatutos de Dios. El Altísimo demuestra su infinita fidelidad también en ellos, como dice el Salmo 84:11: “Porque sol y escudo es Jehová Dios; Gracia y gloria dará Jehová. No quitará el bien a los que andan en integridad”.
Los creyentes verdaderos pueden afirmar, tal como lo hizo David, que han reconocido los caminos de su Señor y que Él los ha recompensado por ello con el escudo de su salvación. Esta afirmación no contiene nada de orgullo, pues la humildad está presente en los corazones de quienes Dios salva, porque Él solo redime al pueblo humilde (afligido) (2 Samuel 22:28).
Los convertidos tienen en David un excelente ejemplo, pues él buscó guardar los mandamientos de Dios y muchas de las bendiciones que recibió fueron a causa de ello. Es importante aclarar, que si bien David fue un hombre común y corriente, Dios lo escogió como un prototipo de lo que había de ser Jesucristo, es decir alguien en quien Dios se agrada (2 Samuel 22:20).
El hecho de que Dios bendiga la rectitud de sus hijos, no se contrapone a la condición de que también bendice con la gracia gratuita, la cual da lugar al arrepentimiento y consiguiente cambio radical en la vida de los convertidos, situación que es alcanzada solo y únicamente por la pura voluntad de Dios, además otorgada a quienes no la merecen de ninguna manera, tampoco existe alguien que sea merecedor de la gracia.
Los nacidos de nuevo reconocen que las bendiciones y su condición de obediencia es fruto del poder de Dios obrando sobre ellos, son fuerzas que Dios regala en forma de bendición a quienes se humillan voluntariamente ante Él.
El resultado de una vida íntegra dedicada a Dios, son las bendiciones que los creyentes van recibiendo durante el transcurso de su existencia terrenal, y ese tipo de vida solo gracias a la fortaleza que Dios les otorga, quien es a su vez su escudo.
Si bien Dios es el escudo de los creyentes, queda recordar, que los hijos de Dios deben tomar el escudo de su fe como instrumento de defensa contra los dardos de fuego del maligno (Efesios 6:16), sin olvidar, una vez más, que la fe es un don de Dios y todo viene de Él, por tanto, nada tienen de qué gloriarse, reconociendo en humildad su condición desgraciada si no fuera por la obra redentora de Jesucristo sobre ellos y el regalo de gracia que viene incluido.
Nadie es grande por si mismo, solo la benignidad de Dios es la que engrandece espiritualmente (Salmos 18:35). Dios engrandece a sus hijos con obediencia, inteligencia y sabiduría, con misericordia, perdón y amor, con verdad y justicia.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.