No codiciarás la mujer de tu prójimo, ni desearás la casa de tu prójimo, ni su tierra, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo. Deuteronomio 5:21 RVR1960
Queridos amigos, los deseos desordenados con los que se relaciona a este mandamiento, son aquellos que buscan poseer más de lo que uno necesita y tienen inicio en el corazón, no precisamente en las acciones.
El deseo mental no está solo, va de la mano de las maquinaciones que le acompañan, que son ilícitas de acuerdo a la ley de Dios y perjudican al prójimo de una u otra manera. A pesar de dañar a otras personas no son ilegales para la ley del hombre, cuánta distancia existe entre la sabiduría de Dios y la del hombre.
El deseo por sí mismo no es malo, lo negativo se encuentra cuando la codicia entra en acción y los pensamientos se convierten en maniobras para conseguir lo que se quiere, con las posteriores consecuencias que normalmente se desencadenan. En ese sentido estamos hablando de deseos desmedidos que se llaman concupiscencia y llevan a pecar.
Jesucristo nos enseñó en Marcos 11:24 que lo que deseemos lo pidamos, por lo tanto el deseo no puede ser malo, el punto es saber pedir como conviene lo que deseamos (Romanos 8:26).
La filosofía del mundo describe a la moral cristiana como sumamente rígida por poseer una sistemática represión del deseo, aducen que la negación del deseo es enemiga de la vida, lo cual, según ellos, es algo irrenunciable.
Lo que el mundo no contempla, por no tener una relación con Dios, son los anhelos más altos del cristiano que son amar a Dios y no herir su santidad como consecuencia de su amor. Por tanto, todo lo que pueda representar una represión para el hombre natural, es motivo de gozo y santificación para el creyente en la medida en que vaya cumpliendo los preceptos de Dios en obediencia.
Por otra parte los detractores del mundo arguyen que el mandamiento cristiano pone a la mujer como una posesión más del hombre, dado que se encuentra dentro del listado del mandamiento como un elemento más.
Nada más equivocado que dicho argumento. Según Dios, mujer y hombre tienen los mismos derechos y fueron creados como complemento la una para el otro, y por tratarse de seres complementarios Dios diseñó funciones específicas para cada uno de ellos.
En ese sentido es totalmente válido decir “no codiciarás el marido de otra”.
Las Escrituras nos enseñan que cuando se consuma el matrimonio, marido y mujer se hacen una sola carne, al codiciar al cónyuge del prójimo estamos yendo a favor de dividir lo que fue unido de manera inseparable por Dios .
El hombre y la mujer casados son parte la una del otro, tanto como mi mano o mi corazón son parte de mi, por haberse hecho una sola carne a través del matrimonio. Si codicio a la mujer de mi prójimo es como codiciar algo de su propio cuerpo, que es parte íntima de su ser.
Es imperante reconocer que los deseos, anhelos y apetencias constituyen una condición indispensable para el desarrollo y desenvolvimiento humano, lo cual no implica que haya que dar rienda suelta a cualquier deseo en sus diversas formas, como ser apetitos sexuales, apetencias instintivas, avidez y ambición desmedidas, envidia, ansias de placer, los cuáles poseen un efecto tremendamente destructivo, conduciendo al pecado y terminando en muerte eterna.
Vivimos en una cultura del deseo y los deseos que no se pueden satisfacer, sean estos buenos o malos, siempre llevan a una insatisfacción. La búsqueda de la felicidad siempre ha sido uno de los grandes objetivos de las culturas occidentales y ordenando nuestros deseos podemos ser más felices. Para comenzar nos estaríamos alejando de un cúmulo de insatisfacciones.
La pregunta es si no es mucho pedirle al humano el que ordene sus deseos. Considero que para el hombre natural es un pedido bastante difícil, pero no imposible, de conseguir, sin embargo, para el nacido de nuevo el ordenar sus deseos es una prioridad absoluta, no por satisfacer su búsqueda de la felicidad, sino para seguir el camino de Cristo Jesús, que a su vez le hará bienaventurado.
Trabajar sobre una higiene mental para tener pensamientos puros a fin de no caer en deseos desmedidos, apetencias indómitas y anhelos oscuros, con las consiguientes acciones y consecuencias, es una tarea a la cual el creyente debe dedicar muchos esfuerzos, de esa manera estaría consiguiendo un corazón más limpio para la gloria de Dios.
Finalmente, aunque los defensores del mundo no estén de acuerdo, el contentamiento que el creyente debe tener con lo que recibe o deja de recibir de Dios, es un elemento complementario fundamental a los pensamientos puros para una vida cristiana plena.
Les deseo un día muy bendecido.