En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.” Mateo 3:1-2 RVR1960
Queridos amigos, ofender con la verdad es la única ofensa para bien. La verdad es como la luz para el reo que abandona la celda oscura.
Si las verdades duelen, cuánto más duele oír la Verdad de Dios y cuánto dolor puede causar enterarse de que se había sido un pecador imperdonable.
En la cultura moderna está mal visto esgrimir la Verdad de Dios como única opción para una vida verdadera, pues todo es relativo y lo que Dios dice y exige, puede ser tomado o dejado según el deseo del relativista.
En ciertos círculos cristianos muchos se cuidan de no decir la verdad, para no ofender, para que el pseudo cristianismo entre suavemente y satisfaga los deseos religiosos. Esa suave cortesía de no decirle a la gente que el infierno es una cruenta realidad y que la muerte eterna es el destino de los pecadores no arrepentidos, no debe ser parte de la ecuación del cristiano genuino. El creyente verdadero debe estar dispuesto a exhortar y a reprender toda vez que sea necesario.
De poco sirve exhortar a no hacer lo malo sin presentar la alternativa del bien. Presentar el valor del bien que se puede hacer y sus excelentes consecuencias, es una buena manera de invitar a la gente a vivir en justicia, cumpliendo las exigencias morales de Dios.
Pero primero es necesario arrepentirse y volverse a Dios. Juan el Bautista predicaba la doctrina del arrepentimiento. El arrepentimiento no es golpearse el pecho con una piedra y prometer no volver a transgredir, se trata de un cambio radical en la manera de pensar y en la forma de vivir.
Arrepentirse genuinamente conlleva un cambio en los afectos, un cambio de juicio, un cambio en la forma de ver la vida y en la disposición hacia las cosas. Se trata de cambiar la inclinación natural hacia el pecado, por la inclinación hacia la justicia, hacia la verdad.
De no haber pensado y actuado con sabiduría y entendimiento, el arrepentimiento conduce a poner en la balanza el camino sinuoso recorrido, ayuda a discernir que los pensamientos y afectos de hace poco estaban orientados hacia la senda del mal. Piensas y actúas mal, arrepiéntete para pensar y obrar bien.
Pensar bien es tener en mente los pensamientos de Dios, entender la abismal diferencia entre el pecado y la santidad. Pensar bien conduce a emprender un nuevo camino, el camino estrecho hacia la salvación y la vida, hacia las buenas obras.
Para arrepentirse es necesario haber visto a Cristo, haber entendido el valor de su amor y haber comprendido el significado del perdón por medio de su obra en la cruz. En Jesucristo se encuentra la motivación para arrepentirse, porque gracias a su obra los pecados serán perdonados, siempre y cuando exista arrepentimiento de por medio.
Un hecho glorioso es descubrir el pecado en uno mismo, entender de lo mucho que hay que arrepentirse y que gracias a Dios existe una salida, pero la salvación no llega por la propia justicia ni por obras, sino a través de la obra y justicia de Jesucristo.
No sirve de mucho lamentarse por el pecado sin haber cambiado radicalmente de forma de vida. Muchos fueron bautizados por Juan, pero pocos fueron los que continuaron su vida consecuentemente, con lo que pensaron que habrían de profesar. Existen muchos interesados, pero son pocos los que transforman su interés en una nueva forma de vida.
La curiosidad, la picazón por oír lo nuevo, lleva a muchos a decir que están de acuerdo con el evangelio, pero como la semilla que cae entre espinos o en tierra poco profunda, son afectados temporalmente, porque no llegan a reconocer su culpa, confesar los pecados, con humillación, tristeza y vergüenza, confesando sus innumerables pecados ante Dios, anhelando abandonar al hombre viejo.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.