“¿Qué esperanza tienen los impíos cuando son eliminados, cuando Dios les quita la vida?” Job 27:8 NVI
Queridos amigos, la enseñanza de la experiencia es magnífica. Job había experimentado los caminos del Todopoderoso y estaba en condiciones de enseñar a quien fuera necesario lo que había aprendido a través de su durísima experiencia.
Es así que Job puede afirmar con autoridad la ausencia de esperanza en los impíos. Él negó con vehemencia la acusación de ser impío y, más bien, afirmó que no dejaría de mantenerse íntegro hasta su muerte.
El impío vive enfrascado en conseguir sus objetivos mundanos sin darse cuenta de lo verdaderamente importante. Los afanes de la vida mundana representan una carrera que comienza a temprana edad y que no termina hasta el día de la muerte física del hombre (natural).
Lo duro es que dicho largo e intenso esfuerzo no trae más frutos que aquellos terrenales, en el aquí y el ahora. Pero quienes no tienen ojos para ver apuntan sólo a ellos, pues no vislumbran algo mejor y mayor. Jesús preguntó: ¿Cuál será el provecho del hombre después de ganarse el mundo y perder su alma?
¿Le será posible pagar con todo lo ganado en este mundo la recompensa por su alma? Con tristeza hay que responder que el hombre no está en condiciones de pagar por su alma ni con todo el oro del mundo. Está escrito: Porque la redención de la vida del hombre es de gran precio, y no se logrará jamás por sus propios esfuerzos (Salmos: 49:8).
Es llamativo cómo el hombre está dispuesto a darlo todo por su cuerpo, pero no pone mucho interés en reservar algo para su alma. Para las familias que tienen seres queridos enfermos las cosas del mundo llegan a valer nada, cuando se compara con el valor de la vida de un ser querido. Afirman que con salud todo es posible; como si fuera lo más importante te desean mucha salud. Pero qué fuerte que el valor del alma ni siquiera se equipare al valor del cuerpo, que se anteponga una condición de vida pasajera a la de una de vida eterna, a un estado de miseria eterna contra una condición de eterna felicidad. Pero un alma vale más que todo el mundo.
Miles pierden su alma (sin ser conscientes de ello) sólo por perseguir ganancias ridículas. Sin importar el motivo por el cual los hombres se alejan de Cristo para priorizar las riquezas, los éxitos, las necesidades creadas, las pasiones, etc., le dan a Satanás la oportunidad de alejarlos aún más.
Satanás busca destruir todo lo que puede, incluso intentó tentar al mismísimo Jesús. Lo llevó a un monte alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares (Mateo 4:8-9). El hombre natural se satisface con mucho menos para adorar al maligno, lo cual no implica que participe de misas negras o cosas por el estilo; es suficiente, por ejemplo, demostrar idolatría por el dinero.
En la parábola del rico insensato tenemos un valioso ejemplo. A pesar de que Jesús había dicho que la vida no consiste de la abundancia de los bienes que se poseen, el hombre rico seguía haciendo planes para su próxima etapa de vida. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios (Lucas 12: 13-21).
Job al mencionar la condición sin esperanza de los impíos, considera que la posición de los pecadores es en extremo miserable. Puede que logren abrirse paso (a codazo limpio) en la vida y sean profesantes religiosos, pero vivan sin Jesucristo morando en su corazón, ¿de qué les serviría tanto esfuerzo y tanta presunción en el momento en que Dios les quite la vida?
El problema de los impíos es que no se deleitan en Dios, entonces la mundanalidad los absorbe fácilmente y los deseos de la vida los seducen por completo. Cristo Jesús salva las almas, el precio que pagó por las almas de sus seguidores es inconmensurablemente más alto que el valor de todo el mundo.
Creer en Jesucristo como Señor y salvador es lo más importante, pues sólo así se puede salvar el alma de la muerte eterna. La fe en Cristo Jesús debe guiar nuestras vidas, y cuanto más nos aferremos a nuestra fe, más consuelo hallaremos en ella para así alejarnos cada vez más del mundo de pecado.
Les deseo la bendición de gracia.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.