¿No hizo él uno, habiendo en él abundancia de espíritu? ¿Y por qué uno? Porque buscaba una descendencia para Dios. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud. Malaquías 2:15 RVR1960
Queridos amigos, comprender en su real dimensión que a través de la institución del matrimonio Dios convirtió a dos en uno, resulta bastante difícil para la mayoría (Mateo 19:4-6).
En la mayoría de los enlaces matrimoniales “por la iglesia” se suele repetir solemnemente “lo que Dios juntó, no lo separe el hombre”. Me arriesgo a pensar, que si a todos los presentes en la ceremonia se les preguntase por su opinión dirían estar de acuerdo, incluido un amén.
El problema se da cuando la pareja entra en una fase de desequilibrio. Si se les preguntara a los mismos que dieron su amén sobre cómo se debería proceder, las opiniones serían de lo más dispares. Muy pocos, o quizás ninguno, sacarían a la luz que en esa relación de pareja existe un pacto ante Dios. Y si lo sacaran, lo más probable es que se lo tirarían por sobre la cabeza.
La palabra pacto se define como un acuerdo entre dos partes que OBLIGA a ambas a cumplir lo estipulado, es decir las condiciones establecidas, como las de respetarse, cuidarse, amarse, etc. hasta que la muerte los separe.
La Palabra nos enseña: “No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras” (Eclesiastés 5:2). Bajo esta premisa no debes prometerle nada a Dios si no estás dispuesto a cumplir.
Es decir, no hagas ningún pacto, porque el pacto es de bendición siempre y cuando cumplas con lo pactado, caso contrario se trata de una traición, pues no existe lealtad a lo pactado.
En el entendido de que la mayoría se casa por lo religioso, más por tradición, que por sellar su unión con la bendición de Dios, romper el pacto requeriría un preaviso notariado con 30 días de antelación, como cuando se desea interrumpir un vulgar contrato, por existir un compromiso solo ante los hombres y no ante Dios.
Habemos quienes nos hemos desposado de esa manera, incluso algunos como yo, que no tuvo que pasar por la tortura de lo religioso, aunque tuve que soportar las palabras religiosas del notario, que se dio atribuciones de cura o pastor.
Recuerdo estos pasajes de mi vida, y muchos otros, con vergüenza, pues antes de conocer al Señor por su gracia y misericordia, muchos de mis pensamientos eran bastante necios.
A pesar de no haberme casado por la iglesia, como creyente que soy, considero que de todos modos mi matrimonio fue bendecido por Dios. Él siempre supo sobre mi destino, y por más que yo haya sido impío irreverente, Él me bendijo como bendice a todos sus escogidos.
Antes de mi conversión y durante mi vida de matrimonio, como incrédulo que era, le fui infiel a Dios. Sin embargo, ahora que camino por fe, deseo profundamente serle fiel, y es en ese sentido que entiendo, que tengo un pacto con mi Señor y tengo en mi esposa a la mujer de mi pacto, el cual de ninguna manera quiero quebrantar.
En consecuencia lo que Dios unió, el hombre no debe separarlo, indistintamente de las circunstancias de mi vida o de la vida de cualquier casado bajo la bendición de Dios.
El enamoramiento pasa, para los más románticos es más duradero, pero con el pasar del tiempo termina por extinguirse. Puede que el amor esté deteriorado, puede que los intereses y gustos se hayan convertido en dispares, es posible que haya distanciamientos de cualquier tipo, pero lo único que puede sustentar al matrimonio para que se mantenga, es el pacto con Dios, creyendo firmemente que Él es su único verdadero garante.
El matrimonio es una institución creada por Dios para suministrar las bases para una vida conforme a Su voluntad. Si hombre o mujer deciden separarse están yendo en contra de la voluntad del Padre celestial.
El divorcio es un acto aberrante a los ojos de Dios (solo el adulterio evidente es motivo de divorcio), porque implica el abandono del pacto, que no solo significa desechar al cónyuge sino también a Dios. Entonces, si no cumplimos con lo que hemos pactado con el Señor, estaríamos dispuestos a recibir justo juicio sobre nosotros, pues no ignoramos las consecuencias de incumplir un pacto.
Especialmente cuando no se tiene a Dios, el sentido de lealtad matrimonial suele ser bastante reducido. Las partes buscan satisfacer sus propias necesidades más que buscar el bien mayor del matrimonio. El matrimonio es visto cada vez más como una unión causa del enamoramiento y de compartir cosas en común (en muchos casos el amor por un perro), que el cumplimiento de la voluntad de Dios para consolidar familias con hijos dedicados al Señor.
Se describe al divorcio como la solución a los problemas que se crearon gracias al matrimonio. Pero resulta mucho más difícil de aceptar que el orgullo y el egoísmo son los articuladores de las separaciones. El adulterio suele ser otro promotor del divorcio, cuando las pasiones se enfrían y hay que buscar satisfacer nuevas fantasías, se camina hacia la infidelidad.
Cuán cansador será para Dios pasarse oyendo todo el tiempo las justificaciones que la gente esgrime para separarse de sus parejas. La mala noticia para aquellos que piensan que Dios obrará sobre sus “malos” cónyuges haciendo justicia a favor de ellos, es que nunca será así. Si piensan que Dios se convertirá en su cómplice, lo único que hacen es engañarse y ofender a Dios.
Les deseo un día muy bendecido.