Porque si dijeres: Ciertamente no lo supimos, ¿Acaso no lo entenderá el que pesa los corazones? El que mira por tu alma, él lo conocerá, Y dará al hombre según sus obras. Proverbios 24:12 RVR1960
Queridos amigos, porque nos es familiar la expresión “cara de yo no fui” la entendemos de inmediato y hasta nos hace sonreír.
Es el típico semblante de supuesta o fingida inocencia de quien sabe perfectamente que hizo mal. Se presenta con frecuencia en la expresión de niños que luego niegan alguna travesura y de otros menos niños que son pillados infraganti, es decir en el mismo momento en que están cometiendo una acción indebida.
El transgresor se “hace el loco” para fingir desconocimiento. Es posible que así engañe a algunos, y que otros le sigan la corriente “haciendo la vista gorda”, fingiendo que todo está bien. Pero para su mala suerte (si la suerte existe) Dios lo ve y sabe todo, además es el único que conoce en total profundidad el contenido del corazón del hombre.
Con Dios no es aconsejable poner cara de yo no fui ni hacerse al loco, porque solo funcionará en contra propia y llevará a pasar la peor de las vergüenzas. El hecho de que las transgresiones cometidas se puedan repetir sin mayores consecuencias, porque los representantes de la ley del hombre no se dan cuenta o se hacen de la vista gorda, no significa que Dios no esté observando.
Dios tiene atributos tales como la bondad y la paciencia, los cuales no interfieren con su atributo de justicia. En su paciencia no castiga de inmediato, porque es bueno y quiere dar la oportunidad de arrepentimiento, pero tengamos por seguro que hará juicio y dará castigo a todos los pecadores no arrepentidos.
Nos nace de manera natural advertir a las personas cuando percibimos que están en peligro. Hace algún tiempo vi cómo un buen hombre cogía de la ropa a un muchacho que se apresuraba a cruzar la calle sin mirar que se avecinaba un automóvil a una velocidad que le habría sido muy difícil no embestir al atolondrado joven. Se trató de un acto reflejo condicionado por el sentido de supervivencia que Dios ha puesto en nosotros.
Ese tipo de acciones son innumerables, estoy seguro que cada uno de nosotros tiene su propia experiencia para contar. Cuando debemos exhortar al prójimo porque sabemos que su vida espiritual corre peligro, ya no resulta tan fácil, porque puede llevar a un disgusto, una discusión e incluso una ruptura definitiva.
Me tocó decirle a una persona que conocí en el trabajo, que estaba poniendo su reputación en peligro, por estar buscando el camino fácil engañando a ciertas personas, que según él no sufrían ningún daño dramático. Tuve que escuchar su dura respuesta, diciéndome que si quería podía denunciarlo y que no me metiera más en su vida.
El creyente genuino sabe que los impíos están en serio peligro si no se arrepienten y convierten a tiempo. Él no creyente se encuentra, sin saberlo o sin querer saberlo, en una situación en extremo sensible, porque se enfrenta a la muerte eterna.
Es tarea del convertido evangelizar al inconverso para darle la oportunidad de escuchar la locura de la predicación, mediante la cual llega el don de fe salvadora para creer en Jesucristo como Señor y salvador, y poder ser salvo del castigo eterno en el lago de fuego y azufre.
Habrá muchos a quienes tal evangelización les resulte indiferente y que no les quedará otra opción que la de mostrar una actitud de inocencia cuando se encuentren delante del Señor. Cínicamente se animarán a decir “la verdad, no lo sabía, porque nadie me lo dijo”.
Cada uno recibirá la paga que le corresponde según sus obras (Mateo 16:27). Por más buenas obras que se tengan, sin tener a Cristo como Señor y salvador en el corazón, el final definitivo será el infierno.
Deseo que el Señor les guarde de todo mal.