Porque este es un pueblo rebelde, hijos falsos, hijos que no quieren escuchar la instrucción del SEÑOR; Que dicen a los videntes: «No vean visiones»; Y a los profetas: «No nos profeticen lo que es recto, dígannos palabras agradables, profeticen ilusiones. Isaías 30:9-10 NBL
Queridos amigos, el hombre natural vive aferrado a su pecado, creyendo en mentiras e ilusiones del mundo. Se aferra tan fuerte a dichas creencias, que la verdad les incomoda.
Los israelitas recibían con disgusto la verdad que proclamaban los profetas, al extremo que la mayoría de ellos terminaron asesinados. Los enviados de Dios para difundir la verdad nunca fueron bien venidos.
Tenemos un ejemplo que dio Jesús en la parábola de los labradores homicidas (Mateo 21: 33-46). El dueño de una viña, que había encargado el cultivo a unos labradores, envió en el momento oportuno a sus siervos para recoger los frutos. Los enviados fueron mal recibidos, a uno golpearon, a otro mataron y a otro apedrearon. Al final el dueño de la viña decidió enviar a su propio hijo, quien también terminó muriendo.
Está claro que tanto el pueblo como las altas esferas religiosas siempre han rechazado a los enviados de Dios, en los tiempos antiguos de Noé, durante la vida de los profetas y en tiempos de Jesucristo también. Gente diferente con un mismo corazón y una misma condición caída.
Por ejemplo, el fumador vive en la mentira del vicio diciéndose que el cigarrillo lo relaja y tranquiliza, y que incluso es un aporte para su digestión. Afirma que es un gusto que disfruta, y usa de consuelo la expresión “de algo hay que morir”, a sabiendas de que no puede dejar el vicio al cual está sometido.
Cuando se le pide que se abstenga de fumar, en muchos casos, resulta en una afrenta. De igual manera al resto de pecadores los profetas les exhortan a seguir la verdad, invitándolos a vivir en justicia. El rechazo no se deja esperar, pues vivir con lo que te hace sentir bien es más cómodo, que afrontar la realidad del pecado.
Dios nos dice que hay que luchar contra el pecado, pero para eso, primero hay que identificar la condición pecaminosa que cada uno de los humanos tiene a través del arrepentimiento genuino.
El pecado retrocede sobre el pecador, dicho en otras palabras, nadie se salvará de pagar por sus pecados. Puede que una vida de pecado sea placentera y segura, pero sin duda alguna llegará el día en que todo ello se revertirá en juicio y castigo, pues la muerte es la paga del pecado.
A pesar de que el pueblo de Israel era el pueblo escogido de Dios y la única nación en el mundo que profesaba a Dios, la mayoría no dejó de ser rebelde. La verdad les era entregada en bandeja, pero preferían la mentira de la vida mundana. Dios iluminaba con su luz a su pueblo, que no quería salir de la oscuridad, por ser más agradable no exponerse a ser iluminado para seguir pecando.
Las palabras de los profetas les resultaban muy poco halagadoras, porque estaban destinadas a exponer su forma de vida, pues eran invitaciones para abandonar una vida de pecado y empezar a vivir bajo el temor de Dios. Dios es Santo y sus seguidores deben ser santos, pero la santidad incomoda a los impíos.
La gente se resiste a entender el odio por parte de Dios hacia el pecado, prefiere creer en un ser bueno, lleno de amor, que no hace otra cosa que quererla y protegerla tal como es. Eso es no querer dejar de vivir en una mentira, porque al corazón no arrepentido no le gusta escuchar que está andando en camino de transgresión.
Los impíos en su ignorancia se creen más sabios que Dios, no desean cambiar sus pensamientos ni sus ideales, porque están convencidos de estar en la verdad, pero esa es su ruina. De igual manera los judíos pusieron su confianza en sus habilidades humanas y esos grandes proyectos que habían diseñado con tanto detalle fallaron, porque la única manera de salvarse es poniendo la confianza en Dios.
Él se ocupa de darnos paz si ponemos mente y corazón en Él. Además la confianza en Él es producto de la fe de creer en su Hijo Jesucristo y en su obra redentora. Quienes ponen su confianza solo en Dios, tendrán la recompensa del consuelo y del gozo, porque estarán bendecidos con la maravillosa gracia.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.