La boca del justo habla sabiduría, Y su lengua habla justicia. La ley de su Dios está en su corazón; Por tanto, sus pies no resbalarán. Salmos 37:30-31 RVR1960
Queridos amigos, no deja de ser curioso cómo el hombre natural busca con ahínco su propia justicia, ignorando por completo lo que Dios pide, alejándose de esa manera de ser realmente justo.
Hace poco presencié una quema de plantas en un cerro. Quienes me acompañaban vociferaban en contra de aquel que observábamos mientras seguía prendiendo fuego. Si hubiesen tenido un rifle con mira telescópica no hubieran dudado en matar de un tiro al sujeto.
El hecho de determinar que quemar es contaminante, es indiscutiblemente correcto, sin embargo, la forma en cómo se enardecen los corazones y las palabras que fluyen de las bocas no acompaña a la justicia correcta, que es la de Dios. Cometí el “error” de no hacer lo políticamente correcto y decirles que sería bueno una dosis de misericordia. El típico sarcasmo no se dejó esperar, tuve que escuchar que por qué no iba a consolarlo o, mejor, que lo invitase a tomar el té para explicarle las cosas con cariño.
Gracias a Dios están sus bendiciones y promesas, además de su preciosa palabra escrita: Los labios de los justos apacientan a muchos, mas los necios mueren por falta de entendimiento (Proverbios 10:21). Y el hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca cosas malas (Mateo 12:35).
Cuando uno lee el pasaje que nos ocupa, no solo se inspira para esforzarse por obrar el bien, sino que también se goza sobre la promesa de Dios, que se cumplirá con toda certeza, por tanto, no cabe lugar para la menor de las dudas.
Las promesas de Dios son un manantial de seguridad para todos los creyentes, y si la promesa va unida a bendición, entonces es un manantial de aguas dulces que llenan de gozo los corazones. Pero para que las promesas se cumplan es necesaria la fe verdadera en los corazones de quienes confían en que s harán realidad.
¿Cómo podríamos argumentar contra las palabras del apóstol Pablo: Como está escrito: No hay justo, ni aún uno (Romanos 3:10), si en otros pasajes de la Palabra se menciona a los justos, por ejemplo, en este?
En el mundo habitado por el hombre natural evidentemente no hay un solo justo, porque todos pecaron (Romanos 3:23) y siguen pecando, entendiendo al pecado como causa de injusticia.
Entonces el justo para ser considerado tal, debe estar libre de pecado. Para ello está la muerte de cruz de Jesucristo, quien murió por los pecadores en muerte sustituta, pues los transgresores deberían morir para pagar sus pecados, pues la paga del pecado es la muerte (Romanos 6:23).
El pecador arrepentido que cree en Jesucristo como su Señor y salvador se apropia de la muerte de Jesús como si fuera su muerte y muere al pecado, de forma tal, que el Dios Padre reconoce la justicia hecha a través de su Hijo como válida y decreta justo al pecador arrepentido, obrando sobre él la justificación.
El pecador justificado continúa su pasar por este mundo con un gran cambio interno, pues ha sido regenerado en espíritu, por tanto, puede empezar a vivir una nueva vida espiritual, la cual conlleva un gran anhelo por las cosas de Dios.
Cabe aclarar que la muerte sustituta de Cristo cubre los pecados pasados, presentes y futuros del pecador declarado justo, por lo tanto, cuando nos encontramos delante de un pecado de un hermano en Cristo no significa que pierde o perdió su salvación por dicho pecado.
Eso no significa que el creyente tenga la potestad de pecar cuánto quiera, porque ya está justificado. Ese es un pensamiento liberal, que es refutado por el mismo apóstol Pablo cuando enfatiza: ¿Qué diremos entonces? ¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde? ¡De ningún modo! Nosotros que hemos muerto al pecado, cómo viviremos aún en él? (Romanos 6:1-2).
A partir del nacimiento de nuevo se dan un cúmulo de bendiciones, entre ellas está el discernimiento espiritual a partir de que los ojos y oídos espirituales son abiertos por el poder de Dios, y juntamente con el anhelo de temer a Dios se va desarrollando la sabiduría del justo, que consiste en ser obediente a la Palabra escrita.
El justo, es decir el creyente genuino, busca hablar la verdad, alejándose de todo comentario insulso o fuera de lugar, por lo que se puede afirmar que habla justicia. Pero eso solo es posible para el hombre por la sola gracia de Dios, pues por su divina gracia y a través del Espíritu Santo Él conduce al creyente hacia pensamientos puros.
El mandato para el creyente es que ninguna palabra corrompida salga de su boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes (Efesios 4:29).
Es necesario hacer hincapié en la relación que hay entre lo que uno piensa y lo que habla. Por ello es tan importante que la ley de Dios reine en el corazón, eso significa que la Palabra debe ser parte integral de la vida del justo, lo cual indica la imperante necesidad de conocer a profundidad las Escrituras.
Si el justo camina bajo dichas condiciones sus pies no resbalarán, y por tanto, no caerá y podrá continuar con firmeza en su camino, que es el camino de su Señor.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.