Hijo de hombre, he aquí que yo te quito de golpe el deleite de tus ojos; no endeches, ni llores, ni corran tus lágrimas. Ezequiel 24:16 RVR1960
Queridos amigos, Dios no obra mal cuando le quita la vida a alguien, porque la vida viene de Él, y en ningún momento pasa a ser propiedad de quien la recibe como si fuera un derecho adquirido.
La muerte suele ser un tema de conversación común entre las personas, generalmente para mencionar lo terrible que es. La mayoría le tiene miedo y hasta terror a la muerte, pues no la ven como parte de la vida. Pero se nace para morir, es una ley inevitable.
Especialmente la muerte prematura es vista con horror. El problema es que el hombre natural que sufre del luto, se entristece y desespera. porque su esperanza está puesta en esta vida y en este mundo. Existe el consuelo de la religión y de otras creencias, en nuestro medio se suele afirmar que se volverá a ver al ser querido, o se le asegura que pasó a mejor vida por ya estar en el cielo.
Lo cierto es que solo aquellos que tienen a Cristo Jesús como su Señor y salvador, porque les acompaña la fe verdadera y pasaron por arrepentimiento y conversión genuinos, tienen morada reservada en el reino de Dios. Solo Dios sabe si se volverá a ver a los seres queridos o si se los reconocerá en la eternidad, aunque Moisés y Elías fueron vistos conversando con Jesús (Mateo 17:3) y quizás eso nos puede servir de pauta.
Sin duda es muy poco usual y bastante curioso lo que Dios le pidió a Ezequiel, primero le dijo que se llevaría a su esposa a través de la muerte, y después le ordenó que no le guardase luto. Los hechos no se dejaron esperar, pues esa misma tarde falleció la mujer, y Ezequiel actuó como fiel servidor de su Señor. Sus propias palabras testificaron que hizo como le fue mandado (Ezequiel 24:18).
La reacción más probable del hombre natural ante tan inusual demanda sería de desprecio para hacer lo que su corazón y la tradición mandan. El hombre espiritual sabe el final de sus muertos y no debe entristecerse como aquellos que no tienen esperanzas.
Es deber del creyente verdadero vivir en función a lo que su Señor le enseña y le da, por eso mismo no debe copiar las expresiones y tradiciones de aquellos que no conocen a Dios. Ezequiel fue confrontado por Dios, pues, sorprendentemente, le pidió exactamente lo contrario de lo que normalmente hubiese hecho. Y el pueblo se quedó sorprendido y preguntó con curiosidad qué era lo que estaba pasando.
Dios había tomado abruptamente lo más querido para Ezequiel y éste, en obediencia, no siguió ninguna tradición, no hizo luto ni lloró ni siquiera suspiró por la aflicción a la cual había sido sometido. Sus connacionales eran muy apegados a sus tradiciones, como también lo es la gente de estos tiempos, y seguían ritos específicos en los tiempos de duelo. La señal de luto en los hombres era la de quitarse el turbante y los calzados, para andar con la cabeza descubierta y los pies descalzos. Rápidamente se horneaba pan de enlutados, que era ofrecido por los amigos que se acercaban a consolar.
Este curioso hecho es una ilustración de la relación que Dios desea tener con su pueblo. El pueblo se debe a Dios y, por tanto, debe serle obediente. La obediencia a Dios en diferentes casos puede tener un alto costo a los ojos humanos, sin embargo, no llegar a tener vida eterna por falta de obediencia, es sin duda mucho peor que perder al cónyuge, lo más valioso después de Dios.
Pero Dios en su infinita bondad no permite que desfallezcamos en nuestras penas, pues su consuelo no se deja esperar, especialmente cuando el doliente se entrega en humilde oración, pidiendo por su dolor, sabiendo que el maravilloso día en el cual se encontrará a las puertas del Reino no tardará en llegar. Ante tal esperanza quizás llorar por las aflicciones sea una falta de confianza.
Hermanos, no queremos que ignoren lo que va a pasar con los que ya han muerto, para que no se entristezcan como esos otros que no tienen esperanza (1 Tesalonicenses 4:13).
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.