Pon guarda a mi boca, oh Jehová; Guarda la puerta de mis labios. No dejes que se incline mi corazón a cosa mala, A hacer obras impías Con los que hacen iniquidad; Y no coma yo de sus deleites. Salmos 141:3-4 RVR1960
Queridos amigos, todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, este es varón perfecto, capaz también de refrenar no solo su boca sino todo el cuerpo (Santiago 3:2).
El hecho de que en nuestra naturaleza esté ofender muchas veces, de ninguna manera justifica, que lo hagamos, aunque muchos se deleiten en la ofensa y la consideren necesaria defensa o imprescindible ataque. Es bueno conocer el mal que la lengua puede causar, es bueno estar consciente de los pecados de la lengua.
Santiago se ocupó de dejarnos una enseñanza muy valiosa: La lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas (Santiago 3:5). Y en el legado escrito del rey David está la petición a Dios para que lo guardara de hablar cosas malas, incluso en situaciones donde se podría justificar un exabrupto.
Mientras Jesús era acusado, se mantuvo en silencio (Mateo 26:63), cualquier defensa verbal era justificada, pues él no tenía nada en su contra como para ser acusado, incluso bajo una circunstancia tan extraordinaria, en realidad única, porque fue el único entre los hombres que no pecó, Él decidió callar. Algunos podrían argumentar, que callar era parte del plan, caso contrario no lo crucificaban, pero callar es una señal de humildad y santidad.
El proverbio dice: el que fácilmente se enoja hará locuras (Proverbios 14:17) y continúa: el que tarda en airarse es grande de entendimiento, más el que es impaciente de espíritu enaltece la necedad (Proverbios 14:29).
Cuando el enojo aflora muy pocos son los que guardan su boca, se les hace imposible mantener cerrada la puerta de sus labios, porque ya inclinaron su corazón a cosa mala, y se disparan los cañonazos de desprecio cargados de ira, nacen los reclamos airados o el fatídico escarnio.
Por otra parte, están los deseos malvados, que conducen a acciones malvadas. Uno que no conoce lo engañador que es su corazón, podrá argumentar que no tiene pensamientos de mal. Pero desearle mal al prójimo o solo no desearle el bien ignorándolo a propósito, el envidiarlo, desear sexualmente a otra persona que no sea el cónyuge, el solo hecho de elucubrar pensamientos de venganza o de justicia propia, pensando que uno es mejor que otros, ya son deseos de iniquidad.
Las inclinaciones de la carne, que son naturales en el hombre, y las presiones culturales del mundo, conducen al mal. Y lo peor es que el hombre sin Dios se deleita en dichas inclinaciones. David era un hombre de Dios, sin embargo, clamaba para que Dios lo cambiase interiormente, pues sin un cambio del hombre interior, poco puede cambiar el hombre exterior.
Podemos pedirle a Dios que nos libre de tentación, que cambie nuestras circunstancias, ayudándonos a alejarnos del mundo, que nos fortalezca, que nos ayude a ser humildes, pero sin un cambio en lo profundo, nuestra naturaleza carnal seguirá dominando. Para ello es imprescindible nacer de nuevo, ser regenerados en espíritu por el poder del Espíritu Santo.
Cuando la oportunidad de generar malos pensamientos está rondando, debemos inmediatamente orar por pensamientos puros y de bondad, y como decía el salmista: Se llena mi boca de tu alabanza, de tu gloria todo el día (Salmos 71:8).
De igual manera somos tentados a hablar sin prudencia, cuando somos provocados, debemos apelar al dominio propio, que es fruto del Espíritu. Nuestro reaccionar debe ser rápido y será orar para limpiar nuestra mente antes de abrir la boca.
En tanto en que vivamos en este mundo, seguiremos en nuestra carne, es nuestro deber orar para no ser arrastrados por las corrientes de maldad. Clamemos a Dios para que aborrezcamos el pecado y no veamos nada atractivo en él, que huyamos de sus deleites. El pecado se muestra dulce, exquisito, agradable, pidamos en oración para no ser seducidos y para no terminar en condenación.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.