Porque cuando muera no llevará nada, Ni descenderá tras él su gloria. Aunque mientras viva, llame dichosa a su alma, Y sea loado cuando prospere, Salmos 49:17-18 RVR1960
Queridos amigos, para quienes acumulan bienes en esta tierra, de nada les sirve ser “el más rico del cementerio”, pues nadie discute que tal como llegó al mundo, así se va.
El ingenio popular hace que se cuenten chistes sobre los muertos ricos. Había un hombre que decidió ser enterrado con todo su dinero en billetes de 100 dólares. Vino un primo y le cambió el efectivo por un cheque cobrable a su nombre. El muerto nada pudo hacer.
La muerte iguala a ricos y pobres, y ningún rico, por más poderoso que sea, se podrá llevar a la tumba su riqueza y esa elevada condición social, que suele acompañar a la abundancia.
Cuando un rico muere, su gloria terrenal se acaba. Sus beneficios terminan ahí, de golpe y sopetón. Puede que sus herederos mantengan su línea en su honor, pero el fin es ese, para todos por igual.
Lamentablemente y para pesar de los pobres, la iniquidad de los opresores ricos los rodea, es decir, que los ricos adquieren sus bienes explotando a los pobres, se aprovechan de su debilidad y necesidad, aunque pregonen actuar con justicia, porque les pagan más de lo que la ley del hombre exige. La pregunta es si dicha ley hecha por el hombre es justa…
Esto conlleva que los oprimidos vivan con dudas y temores, pero los ricos también viven con temor y dudas de lo que les pueda pasar, y por eso su codicia no se detiene y se esfuerzan por seguir acumulando más riquezas, incluso a expensas de otros.
El hombre rico le dice a su alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate (Lucas 12:19). Esa es la forma de llamar dichosa a su alma, y no faltará quien lo alabe y envidie por tanta “bendición”. Los lisonjeros elevan el orgullo de los ricos insensatos y consiguen que se vanaglorien aún más. Pero mañana pueden estar muertos.
Los ricos y poderosos deberían conocer y valorar la historia del hombre rico a cuyas puertas se echaba Lázaro, el mendigo. El rico nunca le dio importancia al pobre. Ambos murieron. El rico se quejaba de su estado miserable en el Hades, mientras Lázaro compartía con Abraham en su seno. Abraham respondió a sus lamentos diciéndole: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora este es consolado aquí, y tú atormentado (Lucas 16:19-31).
Por las condiciones de orgullo y soberbia que reinan en los corazones de los ricos, Jesús dijo que sería más fácil que un camello pasase por el ojo de una aguja a que un rico ingrese en el reino de los cielos (Mateo 19:24). Por supuesto que existen ricos que entraron y entrarán al reino, pues esto es imposible para los hombres, pero no para Dios (Mateo 19:26).
Quienes temen a Dios no deben temer a la muerte. No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien teman a Aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno (Mateo 10:28).
Lo grande que pudo haber sido el hombre en la vida no tiene trascendencia alguna en la muerte. La diferencia está en el estado espiritual del hombre. Generalmente, quienes son hijos de Dios no se gozan de mayor honra en esta vida, sin embargo, vivirán en la gloria de Dios, en la vida venidera.
La vida cristiana no es apreciada en este mundo, es vista como tonta y extremista, y los cristianos son vistos como seres de poca monta por los mismos motivos, pero la verdadera riqueza será gozada por ellos en la muerte y después de ella.
Ser cristiano significa haberse convertido en genuino seguidor de Jesucristo. El Creador también es Redentor. Dios tenga misericordia y nos bendiga con su maravillosa gracia.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.