Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal. Mateo 6:34 RVR1960
Queridos amigos, es común escuchar que las personas andan con diferentes preocupaciones, las cuales generan ansiedad, incertidumbre, desazón, malestar y otros males de carácter sicológico y físico.
Les pregunté a unos hermanos en Cristo si consideraban que la preocupación era pecado. Se quedaron sorprendidos y pensativos cuando mi afirmación fue: sí es un pecado, que además consigue anular, con efectividad, diferentes capacidades del humano.
La preocupación no es un efecto de las circunstancias sino el resultado del contenido del corazón. Bajo una misma circunstancia una persona puede estar serena y otra ansiosa. Quien tiene a Jesucristo en el corazón sabe cómo es Dios y confía en Él, mientras quien no conoce a Dios se distingue por ser pagano o ateo, y a pesar de poner su confianza en otros dioses o en su propia fuerza, se caracteriza por vivir con preocupación.
Considero a la preocupación como una mayor trampa que el amor al dinero, pues existe una cantidad mucho más grande de pobres preocupados por sus problemas, que ricos preocupados por sus posesiones. Debo aclarar que el amor al dinero no solo es un problema de ricos.
El mandato de Jesucristo de no vivir con preocupación no se refiere a dejar de tomar las previsiones normales que la prudencia indica. Menos propone que se tenga una vida descuidada, ligera y sin objetivos.
La prohibición está ligada a esa ansiedad inquietante, limitante y sin sentido, que quita todo gozo y hasta las ganas de vivir.
Suena relajante, pero al mismo tiempo muy ilusorio, que te digan no debes pensar en el mañana, no estés afanado por la vida, pierde cuidado, tranquilo. ¡Sorpresa! ¡Esas son las palabras de Jesucristo!
Dios quiere que sus hijos confíen en Él. Para comenzar nos da la vida, ¿podemos confiar en que nos dará también el sustento para vivirla? Su promesa sobre techo, comida y vestido para sus hijos está hecha, ¿podemos esperarla?
Resulta que la preocupación es en realidad un acto de desconfianza para con Dios, especialmente cuando está afincada en la mente de un creyente.
Quien alimenta su corazón con todo lo hecho por Dios en el pasado y con Sus promesas para el futuro, no estará angustiado por el mañana.
Cuando finalmente se llega a ver la realidad, ésta no se presenta tan mala como se la había vislumbrado, por tanto, preocuparse por el futuro es esfuerzo en vano. La preocupación además de ser completamente inútil y una desgastante pérdida de tiempo, resulta ser, con frecuencia, perjudicial para la salud y el alma.
También el hombre espiritual puede llegar a ser conmovido por los problemas cotidianos y verse afectado por algún tipo de preocupación.
Es menester impedir que los afanes afecten su relación con Dios, debe recordar activamente la voluntad del Señor Jesús de orar constantemente a fin de conseguir la fortaleza para afrontar las debilidades y tentaciones que son el pan de cada día en el transcurso de la vida.
Planificar no es pecado, incluso cuando se sabe que mañana se puede amanecer muerto. Planear poniendo la confianza en la guia de Dios es una buena práctica, nos permite diseñar acciones y sus resultados, invirtiendo bien el tiempo. En tanto, que un plan basado en la preocupación no sólo representa una mala inversión de tiempo y esfuerzo, también conlleva un grandísimo riesgo de fracaso, porque el temor y la falta de confianza se interponen entre Dios y el hombre.
Cada día trae su propio afán, vivamos haciendo nuestro trabajo diario lo mejor posible, de esa manera terminaremos el día con nuestra consciencia tranquila ante Dios y el hombre, mañana será otro día.
Perseveremos en pensamientos puros y de alabanza, apropiémonos de los pensamientos de Dios escritos en la Biblia. Pongamos toda nuestra confianza en el Padre celestial y gozaremos de paz (Isaías 26:3).
Que la paz se apodere de nuestros corazones, porque hemos dejado de preocuparnos.