Y cualquiera que os diere un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que no perderá su recompensa. Marcos 9:41 RVR1960
Queridos amigos, es impactante la diferencia entre la grandeza ante los ojos del mundo y ante la vista de Dios. Puede que necios y egoístas consigan un determinado grado de grandeza ante el mundo, pero ante Dios serán juzgados como lo que son.
La verdadera grandeza se mide según los parámetros que vienen de lo alto y se encuentra generalmente en personas poco atractivas para el mundo. La grandeza de muchos está estrechamente relacionada a su satisfacción personal, sus esfuerzos están orientados a conseguir riquezas y poder, lo cual los enaltece ante el mundo, especialmente cuando sus logros fueron conseguidos con “sudor y esfuerzo”.
Pero según el Todopoderoso la verdadera grandeza (la del creyente genuino) se encuentra en servir a Dios y al prójimo como siervo fiel de Jesucristo, un servicio amoroso y desinteresado. Cuánto nos ocupamos favoreciendo a otros en Cristo Jesús, determina el nivel de nuestra grandeza.
Dios no hace acepción de personas y el creyente tampoco debe hacerlo. Su ayuda desinteresada debe ser para cualquiera. En momentos determinados nos cruzamos con personas que nos generan aprehensión, por su actitud, su apariencia física o porque despiden mal olor, es en esos momentos que debemos recordar la irrelevancia de lo físico para centrarnos en lo espiritual, mirando al prójimo con los ojos de Jesús.
Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, ya habían recibido una lección ante su equivocada búsqueda de prominencia, pues habían manifestado su deseo de sentarse en lugares de honor al lado del Señor (Marcos 20:20-28). A pesar de un antecedente tan claro, los apóstoles todavía tenían que aprender, que la búsqueda de posiciones encumbradas no hacía parte de la verdadera vida en Cristo. Y los cristianos comunes y corrientes también debemos aprenderlo.
Entender y aplicar que el creyente genuino es un siervo de Jesucristo, y como tal, debe servirlo humildemente, es un paso para una mejor vida cristiana. La comprensión de dicha condición conduce a caminar por la senda de verdadera grandeza.
El amor de Jesús hacia el prójimo necesitado fue infinitamente tierno y humilde. Nos dejó una vara muy alta que cumplir, la exigencia de Jesucristo es que emulemos sus obras. Para ello es necesario esforzarse por cortar todo lo que nos hace tropezar, es nuestro deber hacerlo sin excusas y con diligencia, sin dejar para mañana lo que podemos hacer hoy.
Es mejor pasar momentos de dolor, perdiendo lo valioso terrenal (Mateo 5:29), para después ser bienaventurado en el cielo. De poco sirven los placeres temporales del mundo, porque su constante búsqueda conduce hacia un fin miserable y desgraciado.
Cualquier ayuda que se dé a los que son de Cristo, tendrá su recompensa. En este caso se puede interpretar que no sólo los creyentes son de Cristo, sino también todas sus criaturas necesitadas. Jesús no negaba su ayuda a los necesitados, fueran éstos sus seguidores o no. Dio de comer a los hambrientos y sanó a los enfermos.
No se requieren de grandes recursos para ayudar, una ayuda simple y humilde como la de dar de beber al sediento es suficiente. Jesús no nos exige, que hagamos cosas más allá de nuestras posibilidades, pide que demos cosas (sencillas) que están a nuestro alcance.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.